Llovió buena parte de la noche en todos los territorios indígenas del departamento del Cauca. En la madrugada el agua no cesaba de caer pero aun así don Pedro, doña Juana, María, Juan y José se levantaron a preparar el desayuno reforzado para iniciar la jornada de Minga que los llevaría a la capital caucana. Otros, como los comuneros  de las etnias Embera, Inga y Yanacona de la Bota Caucana emprendieron el mismo camino desde el día anterior con la diferencia que allá se disfruta del verano pero aún así debieron viajar por 13 largas horas.

Entre tanto otros comuneros, mayores, mayoras, jóvenes y niños alistaban los elementos que llevarían a esta Minga. Es una Minga diferente, no llevan azadones, machetes, palas o picas, tampoco alistaron el kit minguero cuando la minga es político organizativa, sino que buscaron sus flautas, tamboras, maracas, guitarras, charangos y quenas de grupos musicales, otros alistaban los vestidos, zapatos, sombreros y ornamentos porque llevan la danza, unos más alistaban pescado, gallina, pato, harina, maíz y frutas porque son los encargados de mostrar las comidas tradicionales. En otras regiones del Cauca comuneros artesanos sacaban la muestra del arte ancestral y hasta las bebidas artesanales que presentarán tanto a otros pueblos indígenas como a la población en general en la ciudad de Popayán.

El viaje fue difícil, las carreteras convertidas en trochas por efecto del invierno no permitían el normal desplazamiento de las chivas, camionetas o buses. Los conductores hacían toda clase de maniobras para evitar caer en los huecos construidos por el invierno, otros para no quedarse en los barrizales mientras que los ocupantes se encomendaban a sus Dioses y hasta emitían gritos de angustia en busca de evitar un accidente.
Por fin, en medio de la lluvia que no amainaba llegaron hasta la ciudad de Popayán y de ahí se encaminaron hasta el morro de Tulcán donde los antepasados Pubenenses adelantaban los ritos al Padre Sol y que luego fue el lugar que ocupara un monumento ecuestre de Sebastián de Belalcázar que un buen día las propias comunidades indígenas lo derribaron para rechazar la presencia del colonialismo en los territorios americanos. Allí, los sabedores espirituales ataviados de mochilas repletas de remedios adelantaban el ritual de armonización del territorio en busca que la lluvia disminuyera para luego armonizar a cada una de las personas que se concentraban en ese sitio porque así lo aconsejan los mayores para esta clase de eventos.

Luego de un saludo protocolario la Guardia Indígena en dos filas iniciaron el recorrido portando el símbolo que identifica al Consejo Regional indígena del Cauca, seguido por un grupo musical del pueblo Yanakona que con flautas y tambores expresaban la alegría que se siente volver a participar en una jornada de arte de los pueblos originarios. Mientras tanto, hombres, mujeres y niños ataviados con su anaco y su reboso, con la cusma o la pacha y con vistosos sombreros se contagiaban de alegría al paso por las calles de la llamada «ciudad blanca» donde algunos payaneses registraban en sus celulares este acontecimiento.

Así, después de recorrer varias cuadras con esas expresiones de alegría por contar con un espacio para mostrar la riqueza cultural las delegaciones llegaron al parque de Caldas donde una gran carpa espera la multitud para iniciar toda la programación que entregará una muestra del arte ancestral, la oralidad, los tejidos, la música, la danza y la comida tradicional. Serán tres días de una muestra cultural en cumplimiento del sexto punto del programa de lucha que orienta «Defender la historia, la lengua y las costumbres indígenas”.