Entre los seguidores del mítico Capitán Ludd en Inglaterra, quienes ante la imposición del trabajo asalariado en las fabricas se dieron a la tarea de incendiar y destruir la maquinaria industrial en las sublevaciones que estremecieron a los capitalistas durante los años de 1811 y 1812, y la actual lucha por la Liberación de la Madre Tierra en el Cauca, donde las comunidades se enfrentan a grandes monopolios económicos, con la destrucción de los cultivos de caña y el bloqueo de la infraestructura agro-industrial, hay muchas cosas en común: su rechazo a las formas industriales de producción, sus practicas de acción directa y colectiva contra el mundo material que los oprime pero, sobre todo, en ambos casos los vínculos tradicionales, culturales y colectivos se presentan como fuente de constantes, renovadas y poderosas formas de resistencia contra el capital.
Los ludditas ingleses de comienzos del siglo XIX lucharon en un momento en el cual la violencia, el despojo y el desplazamiento de las comunidades rurales, para la imposición de cercas y encerramientos allí donde antes se encontraban tierras colectivas o comunales, había permitido el desarrollo industrial y la sustitución del trabajo artesanal por trabajo fabril. Sin tierra las comunidades rurales tuvieron que marchar a las ciudades para vivir sometidas a los patrones, trabajando largas jornadas a cambio de salarios de hambre. Desde entonces la expansión del capital siempre ha implicado el despojo de tierras comunales, dando paso a acelerados procesos de urbanización que han desembocado en la formación de grandes ciudades ambiental-mente insostenibles, bordeadas por cinturones de miseria y conglomeraciones urbanas hacinadas y desempleadas, al mismo tiempo múltiples formas de violencia continúan dejando los campos deshabitados para beneficio de la propiedad agro-industrial y monopólica de la tierra.
El despojo de tierras no solo fue el mecanismo que dio origen al capitalismo industrial, es también la causa de los conflictos actuales por la tierra en el Cauca, que hoy enfrentan a las comunidades indígenas Nasa con terratenientes, agro-industriales y compañías mineras multinacionales. Es como sí en esta región, apartada de los grandes centros de acumulación de riqueza, el capitalismo no hubiera logrado cantar su victoria definitiva. Intenta imponerse con toda violencia, pero la organización y las practicas de resistencia de los movimientos indígenas amenazan la propiedad monopólica de la tierra y obstaculizan la imposición de la explotación minera en los territorios ancestrales.
Flores Magon no estaba equivocado cuando encontraba en las comunidades indígenas Mexicanas una base solida para la lucha revolucionaria contra la concentración de la tierra. Tampoco es gratuito que hoy, en la época de la globalización, las luchas indígenas latinoamericanas se manifiesten como un poderoso desafío a la expansión global del capital, en un contexto en el cual el capitalismo necesita tomarse todos los territorios, todos los recursos, destruirlo todo a escala planetaria para intentar sobrevivir a su propia crisis.
Desde el levantamiento zapatista en 1994, pasando por las guerras indígenas por el agua y el gas del 2000 y el 2003 en Bolivia, que desembocaron en la caída del entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, y con él, dieron fin a la hegemonía blanca en el país de los Quechua y los Aymara, los diferentes levantamientos indígenas del Ecuador que, en 1997, lograron destituir al entonces presidente Abdalá Bucaram y que luego, en el 2000, terminaron con la caída del presidente Jamil Mahuad, la lucha del movimiento indígena Mapuche en Chile y Argentina por la reconstrucción de sus territorios ancestrales, hasta la creación de nuevos municipios autónomos indígenas en México, en todos estos casos, se trató de la respuesta de los movimientos indígenas a la imposición de las políticas neo-liberales en América Latina, lo que impulsó grandes movilizaciones, tomas de tierra, insurrecciones armadas, sublevaciones, derrocamientos presidenciales, asedio a las ciudades y bloqueo de carreteras, como manifestaciones de poderes colectivos que emergieron y encontraron su fuerza en las raíces étnicas y culturales de las comunidades, lo que abrió un ciclo de luchas y movilizaciones indígenas continentales que inició con el levantamiento zapatista del 94 y que hoy esta lejos de cerrarse.
No solo se resiste al neoliberalismo, los movimientos indígenas luchan por la expansión y consolidación de nuevos espacios autónomos. Su memoria histórica los llama a la reconstrucción de sus territorios y practicas ancestrales, para lo cual tienen que revertir el despojo, haciendo retroceder el dominio del capital en lugares donde la propiedad monopólica de la tierra ha querido consolidarse. Este es el caso de las luchas por la tierra en el Cauca que, en su ultimo ciclo de movilización iniciado desde el 2014, desafían la propiedad de grandes imperios agro-industriales, como el Ingenio Castilla e INCAUCA.
Si el origen del capitalismo se encuentra en el despojo de tierras, la lucha indígena del Cauca recorre el camino inverso a su desarrollo histórico. Haciendo referencia a la experiencia circular del tiempo nasa, se podría decir que la lucha por la tierra camina para atrás y tiende a revertir el proceso de des-posesión que dio origen al capitalismo. Ataca de manera directa la base de la acumulación del capital, no se pierde en estrategias electorales, no espera una reforma agraria, su autonomía no es un regalo concedido por el Estado, atacan la raíz misma del capital de una manera afirmativa, luchando por la reconstrucción de la propiedad colectiva de la tierra, al mismo tiempo que liberan espacios para la autonomía alimentaria, política, jurídica y cultural de las comunidades.
Tomado de: enraizandoprensalibre