La anhelada paz que muchos queremos en Colombia día con día la vemos más lejana; con  hechos lamentables que desarmonizan las comunidades como el presentado el pasado sábado 5 de diciembre del 2020 fueron asesinados en la vereda Gualanday, resguardo indígena de Munchique los Tigres, cuatro jóvenes a los que corresponden con el nombre de  Carlos Alfredo Escue, Hemerli Basto, Fernando Trochez y Jose David Trochez. El mismo día, en el barrio los Tanques, cabecera municipal de Caloto, Cauca, fue asesinado Hernán Eduardo Pino Julicue, de 30 años, hijo de la exconsejera de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca -ACIN, Luz Eyda Julicue.

Estas masacres nos llenan de profundo dolor y nos hacen preguntar ¿Cuántos compañeros más tenemos que perder las comunidades indígenas hasta que calme la guerra? La violencia no es nuestra, pero si son nuestros los jóvenes que mueren en ella, quienes muchas veces han sido engañados por la estrategia de muerte que desarmoniza nuestra lucha organizativa.

Las persecuciones que hacen los distintos grupos armado en nuestras comunidades, solo benefician pocos y desangran a muchos, entre ellos a las comunidades indígenas, afros y campesinos que han sido amenazados, asesinados y masacrados.

El norte del Cauca, es una de las zonas del país en donde la presencia de actores armados legales e ilegales, han generado un ambiente de zozobra que desarmonizan nuestro proceso organizativo, que han venido luchando en busca del buen vivir.

Los violentos buscan tener un control territorial a beneficio del narcotráfico, disputándose entre varios grupos que surgieron después de del proceso de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC.  A eso se le suma la militarización de la fuerza pública que está lejos de ser la solución al conflicto armado, al contrario, sus confrontaciones armadas han generado miedo, tristeza y dolor a muchas familias durante más de más 50 años.

Para las comunidades indígenas, es claro que la militarización incrementa el riesgo ante la integridad física y psicológica, cuando en medio de los enfrentamientos queda en el fuego cruzado, situación que genera una grave violación de derechos humanos.

En las comunidades indígenas del norte del Cuaca, muchos de los asesinatos han sido contra jóvenes, líderes y defensores de derechos humanos, hemos sentido y compartidos la tristeza de padres y madre, quienes han llorado a sus hijos e hijas, al devolverlos a la madre tierra. 

Es por eso que debemos preguntarnos desde la familia, la comunidad y desde el proceso organizativo ¿cómo nos unimos para cuidarnos entre nosotros mismos?, teniendo en cuenta las prácticas culturales que nos han enseñado nuestros mayores, para defendernos de tantas agresiones que han provocado los violentos.

Nosotros como comunidades indígenas necesitamos estar en armonia con Uma Kiwe, para vivir la vida sencilla, hablar desde la sinceridad, donde podamos sentir e interpretar nuestras señas y cumplir nuestro sueño, debemos entender las desarmonías para construir una tranquilidad.

En las familias debemos aprender a aconsejar a nuestros jóvenes, para que ellos no busquen opciones de vida yéndose a los grupos armados donde solo encontraran la muerte. Hay que enseñar a nuestros hijos e hijas a valorar nuestro proceso organizativo, nuestra identidad y nuestra cultura, para que no se vean involucrados en una guerra que solo causa tristeza.

Es hora caminar la palabra, defender la vida y el territorio, haciendo práctico los controles territoriales en cada uno de los resguardos, poniendo en discusión las consecuencias que nos trae los cultivos de uso ilícito en nuestras comunidades.

Por: Tejido de comunicación para la verdad y la vida

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