Las montañas del departamento del Huila, no alcanzaron a ser testigos de la gran magnitud de los asesinatos ocurridos en el Cauca en la década de los 70, 80 y hasta la fecha, tampoco del terremoto de año 1994 aunque sí de la avalancha, porque los restos arrojados por el volcán que lleva su nombre fueron arrastrados por el río Páez, que llega a sus tierras. Sin embargo, el Huila, así como otros departamentos vecinos del Cauca, se convirtieron en un lugar acogedor para sanar el dolor de las familias que tuvieron que desplazarse hacia sus entrañas para poner a salvo sus vidas.
Y es allí, en medio de una alta montaña desde donde se divisa el gran valle de La Plata, a unos 90 kilómetros de su lugar de origen, la generación de la familia Dindicué Bravo tuvo que rehacer su vida. Tuvieron que enfrentarse, desde muy pequeños, a la ausencia de su padre, provocada por manos criminales que no veían con buenos ojos las acciones de recuperación de tierras para los indígenas, la gran lucha por la separación de la iglesia católica de la educación en las comunidades y la resistencia al dominio de los políticos de turno, encabezadas en esta zona de Tierradentro, por el reconocido líder Benjamín Dindicué. Durante esa época de persecución, tuvieron que dormir junto al río Páez sobre las piedras, la fría arena y unos pedazos de caucho que escasamente los protegían del sereno y la lluvia. Fueron años muy dolorosos, sobre todo para los más pequeños, porque sabían que cuando la noche caía, debían ir a esconderse y deshacerse también de todos los escritos, fotografías, libros y rastros que había dejado su padre.
Tan solo algunos años después, la furia de la naturaleza se ensañaría también con el que fuera el hogar de toda una comunidad. Este desastre natural, arrasó con todo a su paso y borró a los ojos de todos el próspero pueblo de Irlanda en el territorio de Wila, norte de Páez. Allí, la familia del pequeño Benjamín hijo, perdería no sólo a su madre, a su abuela y a algunos de sus hermanos sino, la vida que habían construido durante tanto tiempo y, esas mismas piedras que alguna vez habían tenido que buscar para refugiarse, terminaron por borrar de este mundo los pocos recuerdos escritos y fotográficos que habían dejado el gran Benjamín.
Reconstruyendo la memoria…
Muchísimos años después, sentado en una banca de madera y mirando hacia el horizonte, Benjamín Dindicué Bravo rememoraría, una vez más, este sinfín de sucesos que lo han perseguido desde entonces, que lo acompañan siempre y que lo hacen pensar en una posibilidad de haber vivido diferente.

Benjamín es un hombre alto, de cabello negro, rasgos faciales marcados y unos ojos negros con un brillo que, llamaría Abelardo Ramos, era característico de su padre. Esos mismos ojos que algún día, a una edad de cinco años aproximadamente, guardaron para siempre los recuerdos de toda una vida que no pudo ser más en ese lugar. Nació y creció en Irlanda junto a sus hermanos y hermanas: Leonor, la mayor, quien a una corta edad conformó su familia en el municipio de Silvia; Aura, quien se enfocó desde joven en la educación y la hizo su propósito de vivir, Luz Ángela, una mujer fuerte y valiente quien viajó bastante y recorrió gran parte del país, en especial, su capital, David, quien actualmente es dinamizador educativo en la Institución que lleva el nombre de el gran líder de Wila en Tierradentro. También de Gloria, Héctor y Estela, quienes murieron siendo jóvenes aún.
La vida de la familia Dindicué Bravo ha sido difícil, llena de obstáculos y de vivencias complejas, una serie de sucesos que marcaron y cambiaron el rumbo de sus vidas para siempre. El domingo 4 de febrero del año 1979, un grupo de personas armadas llegaron a la casa de habitación de la familia Dindicué y le propinaron varios disparos a Benjamín, quien cayó en el suelo de su propia casa, causándole la muerte. Este asesinato fue un gran golpe a la organización indígena cuando apenas tenía unos años de haberse conformado, fue un acto que conmocionó a todos y que se sumó a otra decena de líderes que habían sido asesinado antes. A partir de todos estos sucesos, los cinco hijas e hijos de esta familia emprenderían una fuerte lucha por salir adelante sin su papá, sin su mamá, sin su abuela y sin recibir gran apoyo externo, ni siquiera, de la organización por la que tanto luchó el gran líder.
La semilla que echó raíz
Benjamín Dindicué Bravo, quien lleva consigo el gran nombre del reconocido personaje, trabajaba entonces como administrativo en el Seminario Mayor de Irlanda y, tras la tragedia, se trasladaron al municipio vecino de La Plata, Huila con los estudiantes para resolver la situación mientras todo en Tierradentro era un caos. Habiendo nacido y crecido en Wila, aprendió de su familia a cultivar la tierra, a sembrar maíz, papa y frijol, entre otros pero, cuando todo ocurrió, tuvo que aprender y descubrir otras labores que terminaron definiendo a lo que se dedicaría hasta la fecha, pues para re ubicar a los estudiantes, debían construir una nueva sede y mientras todo se iba desarrollando, observando y preguntando, aprendió sobre construcción. Le pareció un arte maravilloso el hecho de poder edificar lugares que fueran de gran utilidad para la gente; continuó aprendiendo técnicas, usando herramientas y conocido a mucha más gente de este oficio para realizar otras obras en muchos lugares.

Tras un largo proceso de reubicación en el que las familias de Tierradentro se asentaron en diferentes puntos de Colombia, Benjamín y algunos de sus familiares, llegaron a la vereda Alto Coral gracias a la Corporación Nasa Kiwe, entidad creada por el Gobierno Nacional para atender la emergencia e hicieron allí su nueva vida. La comunidad decidió nombrar al lugar como Nueva Irlanda – resguardo indígena ‘Fxiw Páez’ haciendo referencia al municipio y que en Nasa Yuwe significa semilla. Allí construyeron una capilla similar a la del pueblo original y empezaron a convivir en este caserío en donde el clima, los cultivos y la gente, era muy diferente. En primera medida, tuvieron que aprender a trabajar la tierra de clima caliente y sobre todo, a sembrar café, pues para esta zona, es la principal fuente económica. De todas maneras, no fue problema para Benjamín, pues se considera a sí mismo como un agricultor por naturaleza, porque, dice, “cuando uno tiene así sea un pedacito de tierra, toca trabajarla.”
Él vive ahora con su esposa en una casa adornada por un hermoso jardín, un lugar amplio para recibir las visitas que tanto le agradan, un hogar construido con gran esfuerzo en el que educaron a sus tres hijos; uno de ellos llamado también como Benjamín, para honrar y recordar siempre su origen. Juntos, han logrado brindar educación a sus semillas, quienes actualmente estudian, trabajan y aportan también en los procesos político organizativos regionales y quienes están interesados en recuperar las vivencias de su abuelo.

A lo largo de su vida, Benjamín también caminó y aportó en los procesos del movimiento en el Consejo Regional Indígena del Huila – CRIHU en lo político y en soberanía alimentaria, pues considera que es un tema que le apasiona y del que puede hablar con propiedad porque lo ha practicado desde siempre. Sin embargo, muchas de las vivencias actuales de las organizaciones indígenas, lo llevaron a llevar el proceso desde otro lugar, pues con el tiempo, todo se transforma y las dinámicas cambian.
A pesar de estar muy agradecido con el Huila por haberlos acogido como comunidad, añora siempre su territorio:
“si el tiempo se pudiera devolver, me iría a mi Irlanda donde tenía todo. También quiero mucho a Silvia porque fue donde crecí. Siempre digo que soy del Cauca, que me crié allá y cuando voy a esos lugares me siento muy contento”, comenta con gran nostalgia.
Benjamín, un hombre fuerte y de un gran corazón, a quien le gusta jugar fútbol con sus vecinos, conversar sobre distintos temas y recibir visitas en su hogar, es ahora un gran líder en su comunidad, le gusta acompañar los procesos, realizar talleres orientadores y aprender de quienes lo rodean. Este gran hombre, guarda en lo más profundo de su alma, una admiración por su padre y gran amor por su madre, una mujer berraca, valiente y luchadora que los sacó adelante a todos cuando la vida se puso más difícil y es esa la enseñanza que también imparte en su familia.
Con la mirada puesta en su nuevo horizonte, Benjamín piensa en el gran camino que dejó, no solo su padre, sino muchos otros líderes y lideresas por quienes hoy continúa la organización: “me hace mucha ilusión pensar que mi papá recorrió muchas comunidades…me gusta pensar en eso”, aunque, además de esto, analiza con gran tristeza el abandono y olvido que han sufrido las familias de estas personas cuando ya no existieron más en este espacio terrenal. Son personas de las que siempre se habla, que siempre se nombran, por quienes siempre se canta un himno, pero, que dejaron un gran vacío en sus hogares cuando partieron o los asesinaron y, comenta, que se han sentido y se sintieron totalmente desprotegidos en los momentos más complejos. Son situaciones que, hoy en día, siguen ocurriendo y piensa que es necesario replantear esas acciones de acompañamiento: “a veces nos consumimos en todos los trámites y no hay tiempo para recibir a la gente.”

De todas maneras, el corazón de Benjamín es demasiado grande para el rencor y recuerda siempre las palabras de su padre: “que mis enemigos no se conviertan en los suyos” y fue, bajo ese pensamiento, que hoy es un hombre feliz cultivando la tierra, fortaleciendo a su familia, a su comunidad y honrando la memoria de toda una generación.
Memoria y Patrimonio