Amanece en la Ranchería Majaly, en medio de los sonidos de los pájaros y la luz del sol nos ofrece un nuevo día, una nueva aventura. la seño Cristina, llega a su lugar de trabajo y se dispone a barrer el patio de la escuela para limpiar los pupitres cargados de arena que deja la brisa de la noche anterior, uno a uno va llegando los niños de las rancherías cercanas. Hoy algunos niños no llegaron porque parecía que iba a llover y sus padres no los mandaron porque la quebrada Toberriyaca se crece y no les permite regresar a sus casas.

Es clase de español, un idioma prestado que los Wayuu necesitan aprender para poderse comunicar con el Arijuna (no indígena) y así vender los pocos productos que da la tierra del desierto: patilla, ahuyama y yuca, productos que son comprados en Riohacha, a precios irrisorios y que deben aceptar con el fin de no devolverse a casa con las manos vacías.

Hoy la seño Cristina, debe avanzar con la clase lo más rápido posible porque debe despachar a los niños a sus casas no porque ella quiera, sino porque se ve obligada a regresarlos, porque este año la institución educativa Nuestra Señora de Fátima en todas sus sedes, así como las otras instituciones educativas de la Guajira, no han recibido los auxilios de alimentación a los cuales tienen derecho.

Los niños vienen con hambre y se regresan con la misma hambre a su casa; “Tomas Albeiro” encargado de la alimentación de las instituciones educativas que hacen parte de la secretaria de educación del municipio, les ha dicho que no se puede dar los suministro hasta que no se cuente con los elementos de bioseguridad necesario frente al COVID-19 y se habiliten los espacios físicos adecuados para la atención de los niños, pero aun así, la directiva ministerial nacional indica que ya se debe regresar a clases semipresenciales y los docentes son obligados a volver a sus lugares de trabajo, sin protección y sin condiciones necesarias para su ejercicio.

Para tratar de mitigar un poco esta situación la seño Cristina, y las otras dos compañeras de la sede Majali, ponen de su sueldo para comprar algo de alimento, pagar el transporte en moto de los niños que están más retirados de la sede y que deberían tener garantizado estos servicios desde el estado. De igual forma les toca apoyar con algo de recurso a algunos padres de familia que las buscan ocasionalmente porque no tienen a veces con que darles un pedazo de pan a sus hijos.

“siempre debo tener algo en el bolsillo porque uno no sabe cuándo viene un padre de familia a pedir algo para sus hijos, y pues nos toca colaborar”

 

Hoy no vino a estudiar “José” porque como niño más grande de su casa le toco salir a vender unas papas que su padre compro para tener algo de recursos económicos para el sustento, así que se lo ve pasear frente a la escuela en una cicla oxidada con una bolsa amarrada ofreciendo el producto a mil pesos.

Ana Bella, José, Selene, Sergio, Luis… son los nombres de los niños que día a día se enfrentan a esta realidad que vive el pueblo Wayuu, el cual, las condiciones del territorio le hacen difícil la vida y que se ahonda aún más esta situación por el abandono en el cual los tiene el estado.

La seño Cristina dice que seguirá trabajando y aportando de sus pocos recursos para seguir comprando cosas que beneficien a los 30 niños de segundo y tercero de esta sede, la cual tienen algunas sillas, un tablero acrílico en el que casi no se puede escribir por lo viejo y manchado pero que fue comprado también con parte de sus recursos, las otras dos “seño” Ana Milena y Delmi como les dicen los niños, también son del mismo pensar y del mismo aportar.

Son las 11 y media de la mañana y Ana Bella, se prepara para irse a su casa y llegar a tejer, debe hacer una mochila por día para que su madre pueda ir a venderla a Riohacha, esto mismo hacen sus compañeros como forma de colaborar para traer recursos al hogar.

La seño Cristina los despacha y les dice que mañana tienen que venirse lo más bonitos posible, los niños con pantalón y las niñas con su manta, “vamos a celebrar el día del amor y la amistad y entregar el obsequio del amigo secreto”. La escuela se convierte en el espacio donde además de aprender sirve para distraerse y sentirse como niños, en ocasiones este es el único espacio de sentirse como tal.

No llovió el día de hoy y el suelo continua polvoroso, cosa que preocupa porque se sembró hace algunas semanas y los cultivos se pueden perder, en la distancia se escucha el trueno y la nube se hace presente, a la distancia parece que llueve, seguramente en Riohacha, pero la lluvia no llegó hasta la ranchería.

El sol se pone en lo alto, ya es medio día y parece que adormece el espíritu de los seres, las mujeres revolotean por la cocina, se acerca la hora de servir el almuerzo. Por ahora con la mirada pegada en el cielo vemos las nubes avanzar lentamente, seguimos esperando que llueva, aunque eso represente que los niños no lleguen a clases, seguiremos esperando a que llueva, así los pisos polvorosos  de la escuela se llenen de agua barro, seguiremos esperando una gota de agua para (kataa o´uu) despertar la vida…

Seguiremos esperando…

Por Programa de comunicaciones CRIC

Compartir