Por: Ileana Almeida

El tiempo transcurre en calma, el sol pugna por asomarse entre  las ramas de los árboles tupidos de la selva, la luz se despliega como un rocío  inmaterial. Comienza  la lluvia, el aire se refresca y la humedad, ese vaho de la vida, se levanta en bocanadas No lejos corre el río que a lo lejos luce como una larga cinta que se desliza entre el verdor intenso de la vegetación. Los niños  saltan desde los troncos, el agua se agita y se eleva en chorros de agua tibia. Arutan, el dios creador, vigila el bosque y los hombres se mantienen atentos a cada rumor que llega de la espesura. La selva naturaleza reina en el territorio milenario de los shuar, proporcionándoles una perspectiva diferente de vida y estableciendo sus normas territoriales.

Llegan  los colonos y con  ellos se establecen alianzas matrimoniales y lazos de amistad, pero el paraíso terrenal de los shuar comienza a destruirse a partir de la idea de un progreso ilimitado: cada vez queda menos espacio donde refugiarse. La codicia por los metales que hay en este rincón de la Amazonia embarga a las transnacionales diligentes y poderosas que están a la cabeza de la desigualdad en el mundo globalizado  que nos ha deparado la Historia.

Para los shuar se vuelve una tarea gigantesca defender lo propio, aún así piensan y actúan a favor de sus derechos. Una historia, una geografía, una lengua, una cultura, un territorio son la constatación de un pueblo vivo, sin embargo,  la fe ciega de Correa en el progreso, le lleva a negar las evidencias. Los proyectos de la minería a cielo abierto han transformado la selva amazónica del Brasil en gigantescos lagos de agua salobre, que han dejan bajo el agua aldeas y pueblos, pero la obsesión de Correa por la utopía capitalista le impiden ver los irreparables daños de una rabiosa minería. Correa militariza el territorio ancestral shuar de Morona-Santiago, más no se percata que desde ya es una guerra ganada por la  dignidad de un pueblo. Los ecuatorianos vemos la enorme militarización a la provincia como una amenaza de un gobernante a  un país que reclama su soberanía.

Se prometió otras cosas, se dijo que  se protegería a los pueblos indígenas, se les daría posibilidades de comunicación y participación, se planificaría para ellos con sentido sostenible, con posibilidades de comunicación y de participación para  inquirir de ellos lo  que necesitan, lo que anhelan, lo que rechazan o resisten. Poco duraron las afirmaciones del momento, la verdadera filosofía de la política del gobierno ha salido una vez más a flote: dinero por tierra viva, ganancia por agua sana. ¿Cómo leen estas contradicciones  los candidatos de turno?

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