El I Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, organizado por las compañeras zapatistas no podrá seguramente ser reconocido suficientemente para hacer justicia a este esfuerzo incomparable. Por eso, Vilma Almendra empieza por nombrar unos retazos de aquello incómodo que observó y sintió y que refleja desencuentros con algunas, y al mismo tiempo, reconoce en concreto con unas imágenes y memorias que son apenas, a su parecer, trazos de lo que hace falta asumir en gratitud con las compañeras.  Además está el respaldo fotográfico de compañeras que allí estuvieron. Mientras escribimos estas líneas, al otro lado del mundo el ejército turco masacra al pueblo en la ciudad de Afrin y pisotea con la bota asesina del patriarcado la Revolución de las Mujeres que nos convoca. Ante estos hechos publicamos estos trazos y retazos como convocatoria ante el ejemplo. ¿Dónde estamos? En tiempo Real. Pueblos en Camino.

Fotografía de Atziri Ávila

El calorcito de la tarde y de las compañeras zapatistas nos abrazó y recibió en el Caracol de Morelia. Ellas tan maternales, tan amorosas y cuidadosas de todas las que llegamos, nos trataron como a sus hijas, como a sus hermanas, como a sus primas, como a sus sobrinas, como a sus compañeras. Estaban atentas a ubicarnos y hasta se ofrecían a cargar con nuestras maletas. Varias mujeres grandes y musculosas que llegaban con gigantescas maletas y morrales no tenían la menor dificultad en pasárselas todas a las compañeras zapatistas, a nuestras anfitrionas, para entrar tranquilas y livianas al encuentro, como si merecieran, naturalmente, ser servidas; otras de ninguna manera permitieron que además de autogestionar para recibirnos, alimentarnos, cuidarnos, conversar… ellas tuvieran que cargar hasta con nuestros enormes chécheres que nos asegurarían una estadía más cómoda en territorio autónomo viniendo de la dependencia de ciudades distantes.

Allí dentro con-fluíamos miles, miles, miles… de mujeres (decenas de niños y niñas también), de múltiples procedencias (cerca de 48 países), identidades, territorios, culturas, luchas, procesos, colectivos, movimientos… Éramos toda una inmensa torbellina de colores que iba y venía por todos lados, que se juntaba y se dispersaba, que se alborotaba y se apaciguaba, que se alimentaba de la palabra de las presentes y las ausentes, porque no solamente nos con-movió allí en territorio zapatista, el espíritu de lucha de otras miles que no pudieron llegar porque no tenían como pagar su pasajes, porque las deportaron al llegar a México, porque no las dejaron salir de sus países, sino también el de nuestras muertas más visibles e invisibles que hicieron presencia en este I Encuentro de Mujeres que Luchan. La lucha de las compañeras kurdas que siguen pariendo autonomía en medio de bombardeos, la de mujeres enraizadas a Uma Kiwe que cuidan la vida, la de compañeras que arrojadas a la nada le cantan y reclaman al imperio pero también a la izquierda extractivista (enviaron al encuentro 2 canciones que compusieran para el mismo desde Venezuela Robzayda 2 y Robzayda 1)

Allí en territorio recuperado y cuidado colectivamente desde hace décadas por las y los zapatistas, nos enterábamos como en teléfono roto, que todo lo que veíamos construido en madera (templetes, dormitorios, baños, duchas, comedores…) lo habían hecho las mismas compañeras en muy poco tiempo, con un mínimo de ayuda masculina. Que todo lo que veíamos a nuestro alrededor que nos permitió estar-siendo durante tres días en territorio liberado fue parido con comunidad, en colectividad, en lucha. Así que para quienes logramos llegar ya era un privilegio disfrutar del resultado de una lucha histórica por la vida con autonomía.

Fotografía de María M. Caire

A muchas nos revolcó y conmovió sentipensar las palabras de bienvenida. Tanto dolor, muerte, despojo, humillación… contra los pueblos y particularmente contra nuestras abuelas, madres, tías, comadres, compañeras… La mayoría sintió cada palabra que se nombraba, vi lágrimas y gestos de dolor al escuchar esta historia de injusticias que parece ser el mismo guión en todas partes. Otras sencillamente nos trasladamos a otra época de nuestras vidas, a recordar las memorias que nuestras abuelas-terrajeras nos contaron alrededor del fogón. Sí, eso fue lo que sentí al escuchar a la insurgenta Érika, reconociéndome como nieta de una terrajera, así como muchas de las que allí llegamos de tierras también recuperadas por las comunidades. Sí, llegó la historia y memoria de desprecio y lucha que ha marcado a nuestros pueblos. Llegó mi abuela Matilde Conda Casamachín a recordarme una vez más como ella de niña con su familia pagó terraje en una hacienda y luego vivió gran parte de su vida como “sirvienta”. También me llegaron las narraciones de mis tías, quienes aún siendo niñas debieron salir de la montaña a trabajar como empleadas de servicio doméstico a las ciudades. Algunas veces contaron con suerte, según ellas, porque unas patronas las trataron como personas, otra veces se arrogaron hasta el derecho de golpearlas, maltratarlas, robarlas y echarlas como ladronas. Ellas sí se salvaron de ser violadas por los patrones, muchas amigas y compañeras no corrían-corren con la misma suerte y eran-son echadas a patadas por provocar a los hombres decentes y fieles maridos. Pero también me llegó una de las dolorosas narrativas de mi abuelo Gregorio Quiguanás, quien a sus 8 años debió irse como “paje” a una hacienda en Santander de Quilichao, Cauca, para aprender el castellano. Allí se convirtió en el esclavo de esa renombrada familia, comía de los sobrados de los patrones y lo castigaban como a un caballo. Me contó que un día la patrona lo mandó a cuidar un arroz que estaba cocinando y él se asustó porque el fuego estaba muy alto sin lograr disminuirlo. Cuando se quemó el arroz, ella llegó y lo vio parado, asustado mirando la olla. Así que le tiró la olla a los pies, le pegó en la cara con la sopladora del fogón, llamó a un vecino para darle su comida y esa noche lo dejó durmiendo afuera, encima de un costal.

Fotografía de Michele Torinelli

Creo que la memoria de nuestras abuelas y abuelos a la luz de la lucha de hoy, es la puntada principal para entender, como nos lo plantearon en territorio zapatista, que el patriarcado va más allá de la dominación masculina sobre la femenina, sin perder de vista esta real situación. El patriarcado tiene que ver con todo tipo de dominación y control de la Madre Tierra por todxs los condiciosxs poderosxs, pero también con los poderes que hasta las mujeres ejercemos sobre otras y otros a nombre de la libertad. Pensando también en nuestra experiencia de lucha desde el Cauca, considero que este tipo de dominación no es exclusivo de los no indígenas, pues dentro de nuestros procesos también existen patriarcas que no sólo se creen nuestros dueños de nosotras sino que se adueñan hasta de las organizaciones indígenas y alimentan estructuras jerárquicas donde ellos mandan y las que no obedecemos somos el mal ejemplo para las compañeras obedientes. Claro, habemos codiciosxs y autoritarixs dentro de las luchas, que acostumbramos a servirnos de otrxs y hasta de nuestra Madre Tierra, por eso es tan importante reconocer también la hidra que nos habita para ir transformándonos como se requiere hoy.

Recordando también la palabra del Movimiento de Mujeres de Kurdistán, a quienes les impidieron entrar a México justamente este mes de marzo, es oportuno decir, que los hombres en tanto victimarios también son víctimas del patriarcado y por eso es necesario liberar nuestros territorios del imaginario y a la par criar y cuidar relaciones matriarcales entre todas y todos. No para que la mujer sea la que mande, sino para que mande el matriarcado, es decir, el cariño, el cuidado y la crianza de la vida.

Nosotras, diversas y contradictorias

Fotografía de María M. Caire

Volviendo al Caracol de Morelia, pues claro, éramos una torbellina de todo, un largo etcétera que es imposible describir. No digo buenas y malas, digo éramos mujeres distintas, diversas y contradictorias. Desde mujeres que venían de territorios directamente en disputa contra el capital donde las comunidades son las que le están poniendo el pecho a todas las guerras en defensa de la vida, hasta desde otros lugares donde es menos difícil la vida cotidiana y hay tiempo y múltiples comodidades hasta para centrarse sólo en discusiones y conceptos que podrían, en el mejor de los casos, concluir con acciones de lucha concreta. Desde mujeres con amplia experiencia de resistencias comunes que llegaron a dialogar, hasta inexpertas autoritarias que llegaron a mandar y a orientar a las indígenas. Desde artistas sensibles que llegaron a intercambiar sus obras, hasta imponentes presumidas que creen que solo su “obra” vale la pena. Desde quienes llegaron a bailar, jugar, cantar, actuar, bordar, tejer… sin competir para alimentar la vida, hasta unas cuantas que querían ganar a como diera lugar imponiéndose sobre reglas colectivas. Desde feministas territoriales que se han formado en la lucha y dedican su vida a defender todas sus territorialidades en colectivo, hasta feministas racistas que sólo llegaron a juzgar y no parecen haber entendido el mensaje de la lucha zapatista.

Sólo quiero dar un ejemplo de una conversa que se hizo muy aireada en uno de los comedores entre algunas de esas feministas blancas racistas (y un largo etcétera que nos define más allá de lo que decimos ser). Por ejemplo, les comparto una conversa casi a gritos que nos perturbó en uno de los cinco comedores:

-No puedo creer lo que me acaban de confirmar. Me dicen que el sábado en la tarde van a dejar entrar a los hombres.

– ¿Cómo así?. ¡Esto no puede ser posible! Gritaron en la mesa, casi todas al mismo tiempo. Se agarraban la cabeza y hasta manoteaban.

– Pero ¿por qué?, si es claro que esto es un Encuentro de Mujeres. No podemos permitir esto. ¡Qué falta de coherencia!. Es muy diciente que los dejen entrar el sábado en la tarde ¿entienden?. Finalmente son ellos los que van a clausurar.

– Esto es terrible, es totalmente incoherente. Yo creo que si dejan entrar a los hombres debe ser solamente para que vengan a lavar las letrinas.

– Claro, para eso es que sirven. O mejor, que los dejen entrar y los pongan a desfilar y así nosotras les podremos gritar: ¡oye qué culo que tienes…!

– Esto es incoherente. ¿Ya vieron a las zapatistas adolescentes? Andan cargando unos niños grandísimos que sus pies casi tocan el piso. Yo sí me acerqué y les pregunté si eran hijos de ellas y lo que me dijeron es que son sus hermanos. Les dije que por qué los cargaban ellas y no sus madres. Ellas dijeron que en la comunidad así es la costumbre.

– ¡Que horror!. Nos va a tocar buscar a esas madres irresponsables y decirles que ellas son quienes deben encargarse de sus hijos y que no le carguen la responsabilidad a sus hijas.

Más situaciones así presencié, pero dejo solo una para ilustrar. Éstas mujeres, que afortunadamente no eran la mayoría, necesitan más tiempo para aprender a escuchar, ver y entender otros mundos más allá del dominantemente establecido. Necesitan mirarse al espejo y reconocer lo que en realidad representan, lo que en realidad son, porque la máscara que tienen a nombre de la lucha por las mujeres, se les empezó a aflojar y cuando se les caiga va a ser muy duro ver el macho que las habita. También siento lástima por ellas, por la forma como nos juzgan y denigran de nuestras costumbres, pues desde el mundo individualista que viven necesitan más cuidado y paciencia para que logren entender la vida colectiva. Claro, si es que hay la intención de hacerlo. Afortunadamente ellas no fueron la mayoría, porque hubimos de todo, hasta las compañeras que decidieron ceder su espacio en la agenda para que otras mujeres de lucha hablaran hasta quienes nos llevaron cobijas, colchonetas, abrigos para calentarnos en las frías madrugadas.

Las zapatistas, el corazón de este encuentro

Fotografía de Michele Torinelli

Maravilloso, desbordante y motivador fue ver a miles de compañeras zapatistas en todos los espacios y ámbitos de encuentro. La propuesta, consulta, decisión, organización dentro de las comunidades (desde julio de 2017); la convocatoria, comunicación externa, coordinación de agenda y preparación de múltiples espacios (desde diciembre de 2017); la orientación, recibimiento, hospitalidad, hermandad y participación (marzo de 2018), todo fue impresionante. Como ellas mismas nos decían; mucha preocupación, mucho trasnocho, mucho trabajo. Además este multitudinario encuentro es resultado de una lucha histórica que en medio de la guerra viene logrando sembrar vida y cultivar autonomía. Es resultado del proceso colectivo de mujeres que parió La Ley Revolucionaria de las Mujeres antes del levantamiento del primero de enero de 1994. Justamente nos contaban que cuando internamente se hizo la propuesta de realizar este Primer Encuentro de Mujeres que Luchan, en seguida se recorrieron los caracoles autónomos consultando hasta cuando todas las comunidades estuvieron de acuerdo y asumieron poner todo su empeño, trabajo y lucha para realizar este encuentro que desbordó sus propias expectativas al igual que las de todas las que fuimos. Ninguna de nosotras se imaginó que allí nos íbamos a juntar casi diez mil mujeres de todo el mundo. Claro, todas sabemos que la capacidad de convocatoria que tienen las y los zapatistas es incomparable con otros movimientos, pero teniendo en cuenta que la convocatoria salió con sólo tres meses de anticipación y que este era un encuentro autogestionado, no imaginamos que íbamos a llegar tantas miles. En realidad este encuentro no tiene precedentes en la larga lucha de los movimientos, más aún porque fue gestado, parido y cuidado por las mujeres zapatistas en territorio recuperado.

Fotografías de Michele Torinelli

En ese sentido, quiero seguir destacando la amplia participación y cuidado de las compañeras zapatistas con todas nosotras en todos los espacios que se organizaron en el Caracol de Morelia. Inigualable participación de todas el primer día cuando desde cada Caracol autónomo nos narraron sus sufrimientos, sus alegrías, sus luchas, sus desafíos. Todas asumiendo su lucha desde la música, el teatro, la danza, el fútbol, voleibol, las artesanías, la alimentación… más de 2000 zapatistas pusieron su corporalidad al servicio de la nuestra, ellas siendo el corazón y todas sus acciones siendo los flujos necesarios para que todas tuviéramos una digna comida, dormida y tranquila estadía para seguir en movimiento. Creo que faltó más reciprocidad de nuestra parte, ellas nos dieron todo, nosotras solo un poco. Estamos en deuda no con ellas, con nosotras mismas y nuestra lucha por la libertad.

 

Fotografía de María M. Caire

Ellas, las compañeras zapatistas, fueron muy generosas y creo que le abrieron espacio a todas las que enviaron actividades. Por eso teníamos un manantial de opciones por recorrer, imposible encontrarse con todas y compartir, pero en los encuentros y desencuentros sigue quedando la necesidad de volvernos a cruzar, no sólo en el II Encuentro, sino desde ya en todos los espacios que tenemos y debemos gestar. Así como ellas mismas dicen, agradecen los regalos que allá se dejaron, porque para ellas todo lo que se llevó (incluso cosas raras que no se sabía para que servían) son importantes para ellas. Así que por lo menos, aunque no alcancé a contarlos todos, eran como 20 espacios (mesas, talleres, conversatorios…) en los que la programación cambiaba cada hora para que todas tuviéramos la oportunidad de participar con la palabra o con la escucha política. Y claro, las zapatistas fueron quienes brillaron por su auto-organización en todos los ámbitos.

En cada espacio había decenas de zapatistas que escuchaban atentamente y tomaban nota y al mismo tiempo había 5 jóvenas zapatistas grabando en audio y en video y también tomando nota de todos los temas abordados. Recuerdo que veía a cientos de “milicianos” zapatistas prestando guardia y cuidándonos y empecé a saludarlos. Solo en la tercera ocasión me di cuenta que eran milicianas, que todas eran mujeres. Su presencia era bellísima, desde las más jóvenas hasta las más adultas allí acompañando humildemente. Cientos de ojos que el pasamontañas dejaba ver, nos trasmitían alegría, curiosidad, burla… Ellas fueron el corazón de este majestuoso encuentro.

Fotografía de María M. Caire

Otras mujeres decían lástima que las zapatistas no participaron mucho en las mesas, Claro que PARTICIPARON. Bueno, también hay momentos en los que la palabra es innecesaria cuando los gestos y las acciones ya han hablado por todas las sometidas, explotadas de la tierra y luchadoras. Creo que ellas fueron el corazón de este encuentro porque absolutamente todo estuvo mediado por su palabra y acción. ¿Acaso el primer día del encuentro ellas no nos dijeron que todo lo que allí leyeron y nombraron venía de la colectividad, de todas las mujeres? ¿Acaso no reiteraron que allí nadie es dueña de la palabra y que es resultado de discusiones y trabajos comunitarios?. ¿Acaso sus planteamientos, críticas y propuestas no vienen de un recorrido digno que ellas han parido en común? .

Fotografía de María M. Caire

Ellas y ellos también sembraron, cuidaron, cultivaron y cocinaron el maíz, los fríjoles, el zapallo, el café que alimentaron a casi diez mil mujeres. Ellas y ellos también cuidaron deliciosas y sanas verduras y frutas (sandías, piñas, papayas, melones… ) que nos calmaron la sed y el hambre. Ellos, los zapatistas, unos se quedaron en la entrada para garantizar la alimentación de sus compañeras, otros se quedaron en sus casas cuidando a la familia y otros estaban vigilando desde la distancia para evitar las malas intenciones del mal gobierno. Ellas nos cuidaron como se cuida la familia y la comunidad. Siento que somos muchas las que llegamos a territorio autónomo, quienes debemos pedir disculpas por la basura que dejamos, por falta de colaboración en el aseo, por las críticas injustas, por nuestras exigencias y quejas de niñas bonitas. Así como ellas dejaron abierta una caja para que escribiéramos nuestras críticas, siento que las compañeras zapatistas también están en su derecho, si así lo deciden, de evaluarnos y darnos a conocer sus críticas. Esto es vital para alimentar a las mujeres en movimiento y la posibilidad de un gran movimiento de mujeres, porque en la medida en que reconozcamos nuestras propias contradicciones y vayamos más allá del reporte descriptivo y espectacular de parte de quienes fuimos, podremos contribuir seriamente al re-conocimiento de lo que somos, de nuestras propias limitaciones y de lo que necesitamos para tejernos desde el carácter matriarcal como mujeres que somos.

Fotografía de Michele Torinelli

Como decía antes, ellas fueron y son el corazón de este majestuoso encuentro, una digna contraparte de todas las que llegamos a territorio zapatista. Pues su trabajo de ellas no empezó con la inauguración ni terminó con la clausura del encuentro. Ellas no han parado de trabajar, gestionar y construir y más para este encuentro. Pues antes, durante y después su trabajo es fundamental. Pues sabemos que ellas al regresar a sus territorios deben informar a las demás sobre todo lo vivido en el Caracol Morelia y deben seguir hilando las acciones a seguir dentro y fuera para nuestra lucha por la vida contra la muerte. Ese mismo es el desafío que tenemos, porque de nada nos sirven las miles de fotos y textos como este, si no nos seguimos encontrando, si no nos auto-evaluamos y ejercemos la autocrítica para seguir desde donde estamos.

El amor y cuidado comunitario

Fotografía de Michele Torinelli

Ellas esta vez, mucho más que antes, fueron tan, pero tan amorosas y cuidadosas con las niñas y niños que asistieron al encuentro, que los trataron como si fueran suyos. Siempre andaban en grupos sean jóvenas o adultas, ellas se acercaban, abrazaban, besaban, cargaban, jugaban, cuidaban. Algunas hasta se tomaban foto con las niñas y niños. Demostraron una amor maternal por todas, particularmente por niños y niñas. Esto es muy lindo y nos expresa más de ese carácter matriarcal que muchas necesitamos despertar. No sólo pariendo y cuidando hijxs, pues parir y cuidar vida digna en medio de la muerte también es matriarcal. Ellas, todas, desde las zapatistas en las mesas, hasta las comunicadoras y milicianas, todas, tenían una impresionante disposición para hablar, compartir y responder todas las dudas y curiosidades que teníamos. Muchas hasta aceptaron ser entrevistadas. Ellas se tomaron este espacio en realidad de palabra y acción. Ellas fueron nuestra madre, nuestra abuela, nuestra hermana, nuestra prima, nuestra sobrina, claro está, si así las queríamos ver y sentir. Recuerdo que uno de esos días debí salir para dejar a una compañera mayor que necesitaba ir a Altamirano, en eso, otra compa se quedó con mi hija. Al llegar me contó lo siguiente:

Fotografía de Nathalie Lozano Neira

Estábamos en la cancha jugando con Violeta Kiwe cuando pasó una señora zapatista. Violeta le dijo que ella quería ponerse un pasamontañas. Ella se lo quitó y se lo puso. Violeta Kiwe estaba feliz y quería quedarse con el pasamontañas. La señora le dijo que se lo podía quedar si se quedaba allí luchando con ella. Entonces ella se lo quitó inmediatamente y se lo devolvió a la zapatista.

Así que miré hacia abajo y me encontré con los ojotes de Violeta Kiwe y le pregunté:

– ¿por qué no te quedaste luchando con las zapatistas?

– Porque no!!!. Me gritó sin quitarme los ojos de encima

– ¿Pero siempre hablas de la lucha, entonces porqué no te quedaste?

-Porque yo quiero luchar con doña Gloria en Corinto!!! Se refería a una compañera Nasa del norte del Cauca que desde hace tres años corta el monocultivo de caña para sembrar comida y Liberar la Madre Tierra.

Así que una vez más me alegró la actitud maternal de las compañeras y la bofetada inocente de mi hija. Claro, como toda niña a sus 3 años, pregunta por todo, es curiosa y cree que todos los pueblos indígenas somos iguales. Por ejemplo: “¿mamá por qué las zapatistas no usan jigra (mochila tejida)?, ¿Por qué solo habían zapatistas y no vimos ningún zapatisto?. Yo quería que hubieran zapatistos para que mi papito pudiera estar aquí con nosotras.”

Fotografía de María M. Caire

De antemano pido disculpas sinceras a las compañeras por las incomodidades que sin darnos cuenta les hayamos causado, pues a veces es más fácil ver a las otras que mirarnos nosotras mismas. En  fin, mucho por contar de los sentipensares en este majestuoso encuentro, no sólo de lo que vimos, vivimos y nos conmovió, sino también de los desafíos pendientes, porque con la cantidad de temas presentados uno de nuestros compromisos es continuar los diálogos y conversas, grandes y pequeños, adentro y afuera, entre indígenas y no indígenas, entre feministas y no feministas. Porque aunque hay mucho por agradecerle al feminismo, creo que todas las acciones de las partidoras de vida en los territorios no se pueden sintetizar en una línea conceptual por muy comunitaria, descolonizadora y alternativa que sea. Tampoco podemos ver como si el patriarcado fuera una fuerza externa, pues tenemos la obligación de reconocer también cuando lo reproducimos y ejercemos dominación, porque éste no es exclusivo de hombres. Siento que lo que nos brindó este encuentro fue el espacio político para que cada una llegara desde su palabrAndar diverso, distinto y contradictorio a ponerse el espejo frente a las otras, reconocerse en su lucha desde donde sea e intentar tejerse por la vida frente a la muerte. Y no es fortuito que esto haya sido parido desde el vientre zapatista, precisamente porque la memoria de lucha está impregnada no solamente en el territorio del imaginario, sino también en el de nuestros cuerpos y en el de la Madre Tierra. ¿Acaso quién en la actualidad tiene la ética comunitaria y la capacidad política de autoconvocar, autogestionar y hermanar a casi diez mil mujeres en su territorio?. Solo ellas lo lograron, sin la intervención de ningún poder institucionalizado que a nombre de ayudar condiciona las luchas. Ni siquiera los malos gobiernos, ni siquiera las oenegés, ni siquiera los partidos políticos con todo el dinero del mundo. Aunque algunos sí intentaron disminuir la presencia de mujeres indígenas en el encuentro, pues eso nos contaron el sábado en la tarde cuando llegamos a Altamirano. Allí habían decenas de hombres borrachos en las calles y mujeres con maletas. Eran quienes habían participado en un encuentro de mujeres organizado por el mal gobierno y cada una le habían dado 300 pesos, pero ni así llegaron a mil. Así que, una vez más queda claro, que la autogestión, autogobierno y lucha permanente siempre será el corazón de las transformaciones y autonomías necesarias aquí y ahora.

Sentipensado y redactado por:

Vilma Rocío Almendra Quiguanás  con Violeta Kiwe Rozental Almendra

Fotografías: Atziri Ávila, María M. Caire, Michele Torinelli

Foto de portada: Enlace Zapatista, SubVersiones y La Tinta

Marzo de 2018, México DF.

Fotografía de Michele Torinelli
Fotografía de Atziri Àvila
Tomado de: pueblosencamino
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