Las mujeres indígenas hemos caminado y construido el camino para el cuidado de la sabiduría, la resistencia, la escritura milenaria, las semillas, el idioma, la medicina ancestral y la relación del cuerpo con el territorio. Sin embargo, nuestro aporte ha sido históricamente desconocido; como estrategia de exterminio de los pueblos, sobre nosotras han recaído múltiples violencias.

Ante esto, durante siglos las mujeres hemos tejido formas de resistencia para enfrentar la violencia estructural impuesta por el colonialismo, el sistema capitalista y patriarcal. Lo hemos hecho desde el rol de cuidado en nuestras familias, la defensa del territorio, la transmisión de saberes y la participación en los espacios político-organizativos. Es por esto, que la lucha de las mujeres es la lucha por la vida misma.

Actualmente, el mundo está lejos de ser un espacio seguro para nosotras. Las violencias se han transformado y se han agudizado. Cuenta de ello son los casos de feminicidio, violaciones y agresiones físicas que se dan a diario en las ciudades y los territorios. Junto a estas, se presentan otro tipo de violencias que son más difíciles de reconocer, como la psicológica, la económica y la política, pero que son igual de urgentes por erradicar. De igual forma, es preocupante la normalización e impunidad que rodean los casos, especialmente por parte del gobierno propio y las instituciones estatales, que se supone son quienes deben garantizar los derechos y la vida de las mujeres.

En el marco del 25N, día internacional de la erradicación de las violencias contra de las mujeres, nos encontramos semillas, mujeres jóvenes, adultas y mayoras, así como compañeros hombres que han entendido que construir una vida libre de violencias no es solo asunto de nosotras.

Corremos como un acto simbólico de movilización y juntanza, para denunciar las situaciones que se presentan contra nosotras y hacer un llamado sobre la necesidad de asumir el compromiso de parar la violencia contra nuestros cuerpos y territorios. Esto implica que las autoridades y justicia propia prioricen los temas de las mujeres, dejen de guardar silencio y tomen acciones contundentes para garantizar el buen vivir de las mujeres en los territorios.

A la organización, es necesario pasar del discurso a la acción. La coherencia debe llevarnos a dejar de instrumentalizar la lucha de las mujeres y los jóvenes, asumirlos como temas fundamentales en la transformación que necesitan nuestros territorios.

Los jóvenes estamos llamados a continuar siendo rebeldes y críticos con nuestra cotidianidad y así mismo autocríticos con nuestras prácticas violentas. Soñar un mundo distinto implica romper con todas las formas que perpetúan la desigualdad y las múltiples formas de violencia.

A las mujeres, insistimos en que ahora más que nunca debemos seguir apostándole a la juntanza y solidaridad entre nosotras ante un mundo que nos quiere solas y compitiendo. Sigamos defendiendo el camino que nos abrieron las mayoras para que nuestras voces y luchas no sean nunca más silenciadas.

Solo en ese sentido, juntas y juntos, podremos desenraizar las violencias y será posible construir territorios en armonía y equilibrio, donde el cuidado, la solidaridad y la empatía guíen nuestro caminar de lucha y resistencia.

Desde el Programa Mujer y el Programa Jóvenes CRIC, reafirmamos nuestro compromiso en la defensa de los derechos y la vida de las mujeres, en los territorios, las ciudades y todos los espacios que sean necesarios. Abrazamos y rodeamos a las compañeras que enfrentan violencia y alzamos la voz por aquellas que ya no están.

PRONUNCIAMIENTO POLÍTICO 25N
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