El grupo Piurek bek con flautas, tambores y con toda la alegría propia del pueblo Totoroez en el oriente Caucano en medio del frío que a esa hora se presentaba en Popayán hizo conocer de propios y visitantes sus aires musicales que contagiaron a los asistentes a la minga del arte que poco a poco empezaron a sacar pareja tanto de los grupos artísticos como del público para despedirse de la tarima central con la satisfacción del deber cumplido en este encuentro con las culturas en comunicación.

Es el cumplir con mucho tiempo de preparación, de ensayos, de selección de la música por todos y cada uno de los grupos para mostrarles a los once pueblos indígenas del cauca, a los visitantes de otros sitios de Colombia o del exterior y en general a las personas que se concentraron en el Parque de Caldas de la ciudad de Popayán, en La Carpa la 50 en la ciudad de Cali y en el Parque de los Periodistas en la capital del país. Allí en la tarima central se reflejaron las historias de los pueblos, sus luchas, sus tristezas, sus alegrías, sus desengaños pero especialmente de los resultados obtenidos en cincuenta años de lucha.


Allí estaban también las mujeres tejedoras que habían llegado desde todos los territorios con mochilas en fique o lana, sombreros de diferentes fibras, de los accesorios hechos con chaquiras o semillas, de los chumbes con los cuales colocan en sus espaldas a los hijos o de los gorros de lana con los cuales se protegen del frío. Mostraban con muchísima satisfacción el haber participado en esta minga del arte en su segunda versión porque es la posibilidad de darle a conocer al otro mundo que el tejido como mecanismo de comunicación se mantiene vivo, que no es solamente de las mayoras sino de jóvenes y niños que buscan conservar en el tiempo esos saberes ancestrales que permitirán que las culturas originarias continúan perviviendo.

En otro lado los sabedores ancestrales mantenían la armonización del territorio seleccionado para esta minga utilizando para ello la fuerza y las plantas que les ofrece la naturaleza en el fortalecimiento de sus conocimientos. Y al lado de ellos las nuevas generaciones que trajeron consigo los medicamentos que les permiten la atención a diferentes enfermedades entre ellas la peste que acabó con la vida de muchos caucanos y de la que los grupos indígenas salieron avantes. Por su parte los artistas visuales con sus pinceles y a con pinturas de variados colores plasmaban en grandes telas el sentir de los pueblos originarios, de sus avances organizativos y el resultado de sus luchas que hoy, 50 años después muestran con esta colorida minga.


Los danzantes por su parte, hombres mujeres y niños mostraron sus trajes con fibras que les ofrece la madre tierra, los atractivos colores que dan cuenta de la alegría que les ocasiona encontrarse con los diferentes pueblos, de mostrar de las habilidades en sus pies y sus manos para que con sus coreografías se conozcan aspectos de la vida cotidiana de sus comunidades. Y no se trataba solamente de darlas a conocer para recibir el aplauso del público sino también para intercambiar esos saberes entre agrupaciones artísticas y de otros que fueron más allá por medio de talleres para asistentes sin importar su grupo étnico o su procedencia.


Otros, mayores y jóvenes también demostraron sus valores culturales y su arte mediante la oralidad contando cómo a través de este mecanismo ha sido posible la comunicación a las semillas de vida que se están formando y que serán las encargadas de mantener viva la cultura indígena. Esos saberes no se compartieron solamente en tarima o en conferencias magistrales, se hacían al calor de un chirrincho, cuando explicaban el contenido de sus artesanías o contaban el origen de los trabajos en los diferentes círculos de la palabra que fueron presentados en estos tres días de encuentro en una minga que pasa a ser parte de la historia del movimiento indígena.


A esos saberes en diferentes campos del arte y la cultura se agregaron los sabores representados en la comida tradicional que hombres y mujeres definieron en cada uno de sus pueblos como lo más representativo para deleitar los paladares de los asistentes. Esta razón hizo que se disfrutara de platos como el mote de maíz, uno de los productos insignias de todas las comunidades ancestrales, la rayana de pato o de pescado que llegó desde la baja bota caucana, las arepas de maíz de la zona de tierradentro, el viche que presentó la comunidad Eperara Siapidara de la costa pacífica como elemento fundamental de la medicina, el yogurt en distintas presentaciones, los vinos utilizando frutas cultivadas o silvestres, la transformación de muchos productos como la coca o la marihuana y el delicioso chirrincho que ahora viene en delicados envases y con diseños especiales sin dejar de lado el sacha inchi también en distintas presentaciones y para todos los gustos.
Estas delegaciones de los once pueblos indígenas que hacen parte del Consejo Regional Indígena del Cauca, del Pueblo Wayú de la Guajira, de las comunidades originarias del vecino país del Ecuador no podían despedirse sin disfrutar del himno de la Guardia indígena convertido en la voz de resistencia en esta ocasión interpretado por la agrupación musical de César Galarza que fue acompañado a todo pulmón por parte de los asistentes a esta segunda versión de la minga del arte.
Estos participantes acomodaron sus pertenencias porque se van con su música a otra parte, con sus saberes y sabores retornan a sus parcelas de origen donde volverán a tomar sus instrumentos de labranza para plantar sus productos a la espera de una abundante cosecha. Allá no solo plantarán alimentos sino conocimientos convencidos que esos frutos serán presentados en una nueva convocatoria donde el arte indígena será la cultura de la comunicación.