Las consignas de no darle tratamiento criminal a la protesta social se escuchaban al unísono, desde el Parque de la Salud hasta la vía Panamericana, por parte de cientos de comuneros que desde hace varios días dejaron la pala, el azadón y el machete con los que trabajan junto a la madre tierra para ataviarse con el bastón de orientación a las comunidades. Unos porque hacen parte de la autoridad tradicional, otros porque integran la Guardia Indígena como protectores del territorio y guerreros de la paz.
El himno a la Guardia Indígena retumbaba en las paredes de la “ciudad blanca” cuando con banderas, bastones y la pañoleta roja y verde el grupo multicolor entonaba a todo pulmón: ¡adelante compañeros dispuestos a resistir, defender nuestros derechos aunque nos toque morir…! Hombres, mujeres, niños y niñas de todas partes sacaban sus banderas de Colombia, otros aplaudían, mientras unos mas allá animaban a los marchantes gritando ¡fuerza, fuerza!.
El sol de la tarde comenzaba a hacer mella entre los manifestantes, pero nada iba a detenerlos, seguirían marchando por la principal carretera del país para dar a conocer su respaldo al paro nacional y su posición respecto a la forma como el gobierno le viene dando respuesta a las peticiones de los diferentes sectores sociales. Un grupo musical con flautas y tamboras entonaba ritmos propios del pueblo Nasa, mientras sus acompañantes disfrutaban de la danza mostrándole a los habitantes de la ciudad su riqueza cultural.
Delante de la marcha iban los guardias indígenas con sus bastones y símbolos, de acuerdo al pueblo a que pertenecen eran los encargados de mantener el orden en el grupo, seguidos por las autoridades tradicionales y consejeros. Tras ellos la multitud que cansada del mal gobierno decidió salir a las calles. Entre tanto, varios comuneros de distintos pueblos se turnaban los micrófonos para explicar a los marchantes y a la gente de Popayán que salía a las calles las razones del Paro Nacional. A explicar que la lucha no es solo de los habitantes del campo, sino de todo el pueblo colombiano, siempre amenazado con políticas económicas y sociales lesivas, hoy agravadas con la presencia de la pandemia del coronavirus.
“Venimos al paro porque el gobierno no ha respondido a nuestras peticiones”, decía una mayora, con las gotas de sudor corriendo por su rostro. “Nos quedaremos hasta que el gobierno se comprometa a no presentar ninguna reforma tributaria, a retirar las iniciativas de salud, en materia laboral y de pensiones”, manifestaba en otra parte un comunero Kokonuko que cubría su cabeza con la pañoleta rojiverde. “Venimos al paro porque las fuerzas armadas están matando a los manifestantes, pero tendrán que matarnos a todos”, decía entusiasmado un joven estudiante, con la rabia exacerbada al ver las fotos que le llegaban a través de su teléfono celular.
De pronto, la marcha se detuvo y todas las miradas se dirigieron la Terminal de Transportes, donde un buen número de soldados se había ubicado estratégicamente para protegerla. Allí, un indio de baja estatura, acuerpado, con la cara curtida por el viento y el sol frío de las montañas tomó el micrófono para recordarle a los uniformados que ellos proceden del campo y que estaban para defender a los colombianos y no los intereses mezquinos del gobierno. Les recordó que ellos son hijos de indígenas y campesinos y que no iban a dirigir sus armas contra su propia gente.
Sigilosamente un sabedor espiritual avanza sobre el duro pavimento, la mirada fija en el horizonte. Cuando le consulto por sus razones para apoyar el paro, me dice que el país pasa por muy mal momento, y que las medidas del gobierno agravarán más los problemas, especialmente para los más pobres, campesinos e indígenas. El cielo se torna gris, negros nubarrones anuncian un fuerte aguacero. Le pregunto al mayor que sigue mirando al cielo sobre el presagio de la tarde y me responde tranquilo: “la lluvia no es problema, somos hijos del agua”.
El mayor tenía razón en sus afirmaciones. Habíamos caminado solo una cuadra desde la terminal cuando empezaron a caer las primeras gotas que en pocos minutos se convirtieron en un fuerte aguacero. Unos sacaron sus paraguas, otros usaron las banderas para protegerse, y los escasos árboles del sector sirvieron a algunos para guarecerse. Aún así, la multitud siguió hasta las instalaciones del comando de la Policía Cauca. Allí se daría a conocer un pronunciamiento de las autoridades ancestrales en relación al comportamiento de la institución armada.
Delegados de la Organización de las Naciones Unidas, la Defensoría del Pueblo, los personeros de diferentes municipios, las autoridades de Popayán y todo su equipo de trabajo se colocaron de inmediato en un costado de las instalaciones policiales, buscando también la protección de la lluvia que parecía nunca iba a terminar. Dijeron sus voceros que su papel era garantizar que durante la movilización no se presentaran hechos que pudieran afectar la tranquilidad, y que no hubiera choques con la fuerza pública.
En medio de la lluvia se leyó un orden del día, y de inmediato se escuchó el Himno Nacional cantado por los manifestantes y la Policía Nacional que a lo lejos observaban la multitud. En seguida, el ánimo de los participantes se hizo de nuevo presente cuando se escuchó el himno a la Guardia Indígena, que fue seguido por todos los comuneros con los bastones en alto, como desafiando los designios de la naturaleza. Sacaron de sus pulmones toda la fuerza de su voz cuando cantaron la estrofa: “¡Compañeros han caído, pero no nos vencerán, porque por cada indio muerto, otros miles nacerán…!” y solo descansaron cuando gritaron en una sola voz: “¡guardia, guardia, fuerza, fuerza!”. De allí vendría el Himno al hijo del Cauca, para luego dar paso a la declaración de los pueblos indígenas.
Uno a uno, consejeros de la organización regional y las asociaciones zonales tomaron la vocería de sus pueblos para decirle a la Policía Nacional que antes que atacar con sus armas es preciso que conozcan lo que está sucediendo en el país, y que muchos de los que hoy adelantan el paro son sus propios familiares que se cansaron de tanta injusticia. Reclamaron porque muchos de sus líderes han sido asesinados por integrantes de esta institución, no por cuenta propia, sino por el cumplimiento de las ordenes de sus superiores. “No somos vándalos, somos indígenas y venimos de todas partes del Cauca, no somos delincuentes, somos seres humanos que venimos a reclamar se retiren las normas que afectan a nuestro país. No sigan disparando contra su propio pueblo, que el único delito que ha cometido es levantarse a luchar por el país”, fueron las expresiones de los participantes.
El plantón había terminado. Todo transcurrió en absoluta tranquilidad y las organizaciones convocantes agradecieron el acompañamiento de los organismos de derechos humanos, que destacaron la forma pacífica como se adelantó la movilización y el cumplimiento de las decisiones que se habían adoptado por las autoridades tradicionales.
Con vivas al paro y a los pueblos indígenas la muchedumbre retornó por la misma calle por la que llegó, satisfecha por el deber cumplido. Como una señal de paz, las nubes y la lluvia que acompañaron la jornada desaparecieron del horizonte. La madre naturaleza no abandona a sus hijos.
Por: Antonio Palechor Arévalo (comunicador indígena del Pueblo Yanacona)