¡Adelante compañeros, dispuestos a resistir! Es la voz alegre de Luz Marina, que complementa su pequeño hijo Quintín cuando marchan juntos por las principales calles de Popayán en una de tantas actividades programadas por el paro nacional. Cogida de una esquina del símbolo del Consejo Regional Indígena del Cauca no descansa de agitarlo y contestar a todo pulmón las consignas del paro, mientras Quintín, ataviado con la simbología de la Guardia Indígena, camina al frente con una sonrisa en su rostro que se ilumina cada vez que escucha el himno que entona con mucho sentimiento.

Hoy cumplen 30 días de permanecer en la capital caucana acompañando el paro, luego de que su comunidad en asamblea general determinara la participación activa en la que Luz Marina se inscribió animada por sus hijos, que la invitaron a viajar a la capital del departamento para defender sus derechos. Pero eso de salir corriendo a un paro es una decisión que se debe consultar también con la familia y con los espíritus mayores. Por ello, lo primero fue participar en el ritual de armonización en busca del apoyo de la madre naturaleza para esta nueva jornada. “Es que mi papá fue un luchador por la tierra desde hace muchos años. Mi abuelo también me enseñó esa lucha. Por eso hoy no solo vine con mi hijo sino también con mi esposo”, dice con la cara llena de lágrimas cuando recuerda a quienes hoy la acompañan desde el mas allá.

También es necesario alistar el kit minguero con el camping, cobijas, ropa, botas pantaneras, plásticos, plato y cuchara. Así lo prepara cada uno de los integrantes de esta familia, mientras quienes se quedan les acomodan papas, ullucos, cebolla, coles, bastante maíz, fríjoles y todo lo que produce la huerta. “No se puede saber cuanta ropa echar en la maleta, ni la cantidad de comida en las estopas, porque cuando uno sale a un paro sabe la fecha y la hora de salida, pero no la del regreso. Puede volver uno vivo o puede volver muerto”, afirma doña Luz para dimensionar el grado de compromiso que tienen los participantes en una jornada de protesta en defensa de sus territorios.

Después de preparar el equipaje es necesario una nueva reunión familiar para recomendar los hijos que se quedan porque deben asistir a las clases. El cuidado del niño y la niña estará a cargo de los abuelos por el tiempo que sea necesario, porque consideran que la lucha emprendida es mas que justa y que el sacrificio lo deben hacer tanto los que participan activamente en el paro como los que se quedan atendiendo la retaguardia acompañando desde la humildad de su parcela.

Los que se quedan en el resguardo deben estar enviando continuamente el revuelto para la alimentación de quienes se encuentran en el paro, y estar preparados para hacer el relevo o aumentar el personal si las cosas se ponen muy duras. Ese es el acuerdo al que se llegó en la asamblea cuando se decidió participar en el paro. “Acá la vida es muy diferente a la que tenemos en casa, porque tenemos que estar pendientes que no nos vaya a ocurrir nada en las movilizaciones, que no nos ataquen en los sitios de concentración y que todos nos cuidemos entre nosotros”. Y claro que es distinta, porque deben levantarse a las dos de la mañana para prender el fuego y preparar la comida cuando les corresponde el turno de la cocina, alistar los elementos propios para salir a la marcha, caminar por más de medio día por vías pavimentadas que son mas difíciles que los caminos de herradura a los que están acostumbrados. “Cuando volvemos de las marchas estamos muy cansados. Pero después de un rato estamos listos de nuevo para seguir en la lucha”, dice Luz Marina mientras observa a su hijo y al esposo que la acompañan en este conversatorio.

La lucha por la tierra, la educación, la salud, por no tener que pagar más impuestos, por un futuro llevadero para la familia y, especialmente, para demostrar que es una lucha de todos cuyo objetivo es construir un mejor país, hace que esta familia se mantenga en resistencia. “Nosotros vinimos a pelear y para eso venimos preparados por la defensa de todos”, puntualiza doña Luz Marina, que no pierde de vista a los comuneros de su región, hoy concentrados en las instalaciones de la universidad indígena ubicada al norte de la ciudad.

Dice que siempre se mantiene animada y muy alegre al participar en las protestas, cuando sale a las marchas, cuando madruga en la cocina, cuando hace sol y también cuando llueve, porque esa es la vida de la comunidad. “Solo me pongo triste cuando escucho que los compañeros en otras partes han muerto o cuando se sabe que los desaparecidos bajan por el río”, afirma con tristeza convertida en rabia, segura de que todos esos crímenes quedarán impunes.

Cuando ya se iba completando el mes de permanecer fuera de casa, sin los ruidos del campo, sin el cantar de los pájaros, el caraqueo de las gallinas y el cantar matutino del gallo, las fuerzas se van agotando y para esta familia no hay relevo. Ya me quería volver para la casa a ver a mis hijos, pero esta mañana me llamaron y me contaron que por ahora no tendrán clases y que entonces se vienen para el paro. Así que ahora ya no me vuelvo porque mañana estará toda mi familia, estaremos todos unidos acompañando el paro.

Por: Programa de Comunicación CRIC. Antonio Palechor. Comunicador Yanakona.