Durante tres días delegaciones de las 10 zonas que hacen parte del CRIC, organizaciones sociales, organizaciones regionales indígenas, estudiantes y trabajadores nos reunimos en el Pital, Kwet Ki’na, municipio de Caldono, a pensar y sentir en comunidad las posibilidades de construir una paz acorde con la dignidad de los pueblos; nos juntamos con la necesidad hablar y de ese modo romper el silencio que nos separa.

Entre más hablamos, más descubrimos los dolores que compartimos. Comprendemos más la forma en que la guerra se nos ha metido hasta los poros, ha destruido nuestras familias, nos ha quitado la confianza, se ha robado la niñez y juventud de nuestros territorios, ha bañado de sangre a nuestra madre tierra. Estos dolores se han hecho rabia y dignidad al tiempo, nos ha llevado a caminar, a buscar otros modos para volver a armonizar nuestras familias, comunidad y territorio, nos ha llevado a espacios de ritual, de conversa entre nosotros mismos, para buscar estrategias de minga hacia adentro y de control territorial.

El discurso de la guerra garantiza que las cosas sigan igual, que los violentos sigan haciendo ganancias con nuestro sufrimiento, que la tierra siga siendo sometida a un despojo permanente y que nuestros caminos sigan siendo utilizados para que circulen las mercancías y el terror. La guerra es necesaria para que el capitalismo avance y en la medida que avanza vamos perdiendo lo espiritual y lo comunitario. Por la guerra ha sido posible que sigamos sometidos a la voluntad de los poderosos y sus armas; y nuestra conciencia ha sido manipulada por los medios para seguir con miedo y en silencio.

En el 2016 se firmó un acuerdo de paz con las FARC, pero la guerra continuó. No fue el fin del conflicto porque fue un acuerdo de poderosos al margen de los pueblos. Desde entonces, mientras tratábamos de fortalecer la autonomía, quienes decidieron continuar con el negocio de la guerra convirtieron en objetivo militar a nuestro proceso organizativo, buscando eliminar el gobierno propio y toda posibilidad de autodeterminación. Por eso, en los últimos años no han parado de asesinar guardias indígenas, autoridades ancestrales, sabedores espirituales y comuneros en todos los territorios. Han sido siete años en los que se ha hablado insistentemente de paz, han llegado a nuestros territorios innumerables recursos en nombre de ella; hay eventos, conversatorios y seminarios explicando en qué consiste la paz y por qué es tan importante. Pero hasta ahora no la hemos vivido. La paz sigue siendo algo de las instituciones.

A pesar de todo esto, aquí reunidos insistimos en nuestra voluntad de paz digna y enraizada en el corazón de los pueblos. Necesitamos reconstruir la confianza entre nosotros sin olvidar el dolor de las víctimas y escuchándolas verdaderamente. Nuestra disposición al diálogo no es una renuncia a nuestra dignidad, todo lo contrario, es una apuesta a extenderla hacia los pueblos y así no permitir que algunos intereses se aprovechen de estos espacios de conversa para tratar de negociar esa paz institucional al margen de las comunidades.

La voluntad de paz viene desde cada resguardo, desde cada vereda, desde cada barrio, se construye en familia y en comunidad con acciones concretas. Estos espacios de encuentro como la minga deben servir para juntar esas voluntades y no pueden quedarse en fotografías y documentos. La palabra y acción de los pueblos no son compatibles con la militarización ni con la paz institucional pactada entre élites. La paz que buscamos es entre pueblos. Esperamos que los armados estén preparados para entenderlo.

Por: Programa de Comunicaciones-CRIC 

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