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Esta historia comienza en un tiempo bravo que algunos señores de libros llaman el Mioceno, hace tanto que casi nada tenía nombre. El planeta se estaba acomodando por todos sus rincones, incluido el nuestro, que entonces tenía una forma muy distinta, pues no había todavía montañas ni ríos, al menos no como nosotros los conocemos. La superficie del planeta está hecha de varios pedazos de tierra grandísimos que llaman placas tectónicas, estas por ese entonces se estaban moviendo para buscarse un lugar.

En esta búsqueda se encontraron dos placas, una que llaman del Pacífico y otra que llaman de Nazca. Juntas se apretaron de tal manera que se arremangaron y se fueron elevando, creando así todas las montañas de las cordilleras que van de sur a norte. Esto dicen que empezó a pasar hace unos veintiséis millones de años, ¡imagínese usted! Entre las cordilleras recién nacidas se quedaron unos enormes lagos de agua de mar que se fueron secando con el tiempo y fueron buscando un camino de regreso al gran océano; así comenzaron a abrir su trocha al mar, dejando a su paso cañones profundos como el del Patía y valles inmensos como el del Cauca.

Como hacer montañas, ríos y valles no es algo tan fácil, el planeta se demoró mucho tiempo para quedar como hoy lo vemos y utilizó muchos materiales para darse su forma. Todos los materiales de la tierra que en algunas partes llaman minerales, se fueron también acomodando por rincones, generando combinaciones especiales que luego permitirían el surgimiento de muchas y muy distintas casas que empezaron a recibir todo tipo de habitantes. Las grandes casas se distinguen entre ellas por los lugares donde están ubicadas: en nuestro rincón del planeta hay casas de tierra fría, de tierra templada y de tierra caliente. Una de las casas de tierra caliente es el bosque seco tropical, un lugar que cuando apareció la humanidad por estos lares, digamos hace unos quince mil años, lo encontró amañador para quedarse y vivir.

La casa del bosque seco tropical es especial porque no necesita mucha agua para vivir y al mismo tiempo tiene muchos y muy diversos habitantes. Por su ubicación recibe muy pocas lluvias en todas las épocas del sol y pasa por largas temporadas de sequía. Esta situación que parece tan difícil llevó a que sus habitantes aprendieran a conocerse estrechamente y a colaborar entre ellos mejor que los hermanos. Las plantas del bosque aprendieron de su ambiente escaso de lluvias y algunas produjeron espinas para captar la humedad del aire, otras de familias distintas aprendieron a florecer y a dar frutos al mismo tiempo para no sudar tanto con el calor, los árboles más altos aprendieron a soltar sus hojas en tiempo de mayor sequía, dejando entrar el sol hasta el suelo del bosque, donde las hojas se secan y guardan la humedad debajo, donde viven los hongos a oscuras. Así mismo, los animales aprendieron del bosque para vivir mejor, comenzando a hacer rendir el agua escasa, a esperar los mejores tiempos para reproducirse, a ser menos resabiados con la comida, a irse por temporadas a otros bosques y regresar con semillas para compartir. Igual hicieron los insectos, quienes aprendieron a respirar y a comer poquito, aprovechando el agua en cada respiro y en cada bocado.

Todos estos aprendizajes son el resultado de una larga conversación que nunca acaba, donde todos los habitantes se ponen de acuerdo para mantener la casa arreglada. Se hablan, se escuchan y se sienten, ya sea en la lengua de los animales, la de las plantas o la de los insectos. Pero estos acuerdos entre habitantes son tan estrechos y tan bien cuidados que es difícil encontrarlos en otros lugares donde también existe la casa del bosque seco tropical. Es decir, aunque el mismo tipo de casa del bosque seco tropical se encuentre en el valle del río Cauca y en el cañón del Patía, sus habitantes son bien distintos y han llegado a acuerdos diferentes, pues cada quien tiene su costumbre para arreglar la casa. Esto significa que los habitantes del bosque seco tropical son tan diversos como sabios para colaborar y hacer acuerdos para vivir entre todos.

La humanidad tuvo un momento en que fue parte de esta colaboración. Cómo se embolató y cómo llegó a la soledad a la que se abraza hoy, será discusión de otra noche. Sin embargo, es cierto que intentó aprender a convivir con los demás habitantes de la casa, al menos durante un tiempo. Luego cambió de parecer y empezó a ver de otra manera. Cambió hasta de vocabulario y así, por ejemplo, donde decía “colaborar” pasó a decir “aprovechar”. Ahora insiste en que todo diálogo debe hacerse exclusivamente en su lengua, sin preocuparse por aprender la de los demás habitantes; parece no poder entender la larga conversación a la que de todas maneras llegó tarde. Desde que la humanidad aprendió a hablar no ha parado, y mientras habla va “aprovechando” y lo hace tan bien que está cerca de acabar la casa del bosque seco tropical, no solo en nuestro rincón del planeta, sino en todas partes donde había. Parece ya no importarle ninguna de las enseñanzas que la casa del bosque explica con tanta sencillez, aunque sea tan compleja. Al mismo tiempo, la humanidad de tanta habladera ahora se desprecia a sí misma y lo expresa de maneras extrañas. Es diversa como los habitantes del bosque seco, pero parece incapaz de colaborar ni siquiera entre ella misma. Ya no escucha, solo habla. Hace falta una sacudida, quizás que el planeta acelere el paso mientras se acomoda y la obligue a callar. Entonces ojalá perciba el susurro de la casa del bosque, de sus habitantes, y por primera vez en mucho tiempo, escuche.

 Por: Daniel Campo Palacios

[Ref] A partir del libro El bosque seco tropical en Colombia, editado por Camila Pizano y Hernando García. Instituto Humboldt. 2014.

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