El fin del conflicto armado no es la paz. Construirla exige aprender a oír a los sectores más vulnerables y contar con un Estado capaz de proteger eficazmente sus derechos. Esto es particularmente urgente con las minorías étnicas.

La consulta a estas minorías debe ser previa e informada. Pero la precariedad institucional les facilita a funcionarios, empresarios y multinacionales evadirla o distorsionarla antes de poner en marcha proyectos que afectan su territorio y su cultura. Con frecuencia se la reduce a una pantomima a posteriori, dirigida a lograr, a cualquier precio, el asentimiento de indígenas o comunidades negras, o se la acusa de constituir un estorbo al desarrollo, y se desconoce en qué medida ha contribuido a evitar graves daños generados por extracciones minero-energéticas, apropiaciones privadas de parques nacionales o concesiones de bosques como las de la ley forestal.
En lugar de fragilizar la consulta, urge oír llamados angustiosos como los que desde la Sierra Nevada han lanzado las autoridades indígenas tradicionales de los koguis, arhuacos, wiwas y kankuamos. Convencidos de que el país se está aproximando a un punto de no retorno, los mamos no dudaron en sacrificar su ancestral silencio para enviar una fuerte voz de alerta. En la serie de diez breves pero impactantes videos llamados Palabras mayores, realizados por los propios indígenas, sus líderes muestran cómo una depredación masiva amenaza con destruir la base material de la vida humana: el agua, el aire, la tierra, la flora y la fauna.

Señalan, además, diversas consecuencias negativas de proyectos ligados bien sea a la explotación del carbón o a la ocupación de reservas ambientales, que no les fueron consultados o que, si lo fueron, desconocieron su voz con el afán desesperado por arrancarle a la naturaleza todas sus riquezas. Y hasta ahora una poderosa avalancha de intereses particulares acalla cualquiera otra consideración e impide tercamente que el país se dé por enterado.

Hablan los mamos de la fuerte reducción de los glaciares y de otros daños ambientales y sociales como una de las manifestaciones más visibles y dramáticas de un desorden mucho más general y profundo. El país sufre y a la vez alimenta en la vida cotidiana un estado de exasperación, agresividad y violencia que lo destruye. Por eso, los indígenas –hermanos ‘mayores’ en muchos sentidos-, con su palabra cargada de poesía sobre las montañas, los ríos, las playas, las bahías, y con su conocimiento ancestral de la Sierra Nevada, invitan a una forma de vida individual y social fundamentada en la paz consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.

La serie expresa un reclamo que se oye en otras comunidades indígenas: que les devuelvan la hoja de la coca, su planta sagrada, hoy estigmatizada debido al narcotráfico. La defienden como patrimonio biológico y cultural de sus pueblos. Esa misma defensa la expresa Coca Nasa desde el Cauca mostrando una experiencia que ha logrado generar ingresos lícitos y continuos a cultivadores de hoja de coca, y ha permitido expulsar de sus territorios a personas y organizaciones ilegales que pretendían usar esa misma hoja en la producción de sustancias estupefacientes. Su reclamo coincide con la propuesta de que cultivos como el de la coca pueda tener fines terapéuticos, medicinales y culturales.

En lugar de acallar estas voces, bien conviene escuchar sus alertas y reforzar la consulta con las minorías étnicas, un instrumento que ha evitado la destrucción de valiosos ecosistemas, cuya conservación es crítica para el país. Conviene también recoger su propuesta que asocia la defensa de la multiculturalidad y la biodiversidad nacional a la construcción de la paz.

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