Por: Cristina de la Torre

Vuelo de campanas y festones de  feria rubricaron el lanzamiento de la Alianza del Pacífico como el paraíso soñado de integración latinoamericana, siendo, precisamente, su antípoda: un torpedo contra el acariciado proyecto de unión autónoma de países para buscar su desarrollo e incorporarse a la economía del globo sin morir en el intento. Los firmantes del nuevo pacto montan la plataforma del continente para la Alianza Transpacífico que EE. UU. lidera, cuando este litoral desplaza al Atlántico y deriva en meca de exportaciones. Pero en Washington resopla es el aliciente expreso de multiplicar las ventajas que el libre comercio ha concedido a las transnacionales. Con la Alianza del Pacífico renace el Alca, asociación de libre comercio para las Américas que Bush-padre había lanzado sin éxito. Su corolario natural, culminar la desindustrialización de los socios menores. Colombia apretará el paso hasta convertirse en exportador neto de servicios, carbón y banano, y en manso importador de bienes industriales y agrícolas. De automóviles, verbigracia, que ahora nos llegarán desde el país azteca, carros gringos o chinos que presumen de mexicanos, con cero arancel. Hábil maniobra de “triangulación”, tan cara a nuestro ministro Cárdenas.

En busca de frutos más jugosos, cierra Mazda su fábrica de ensamblaje en Colombia. Emigra a México, desde donde traerá sus carros al país, ahora libres de arancel. Solución providencial a las afugias del sector, que ha reducido dramáticamente su producción. Tan prolífico en su largueza con los poderosos como avaro con los débiles, el ministro de Hacienda recordó que entre las soluciones a aquellos apremios el Gobierno suprimió la obligación de incorporar en el vehículo 35% de partes nacionales. Podrán ellas adquirirse donde se considere “más atractivo y económico”. Si se importan y no se producen en Colombia, no pagan arancel. “Nos deshicimos —agrega exultante— del viejo modelo del Pacto Andino, una camisa de fuerza que le estaba restando competitividad al sector automotor en Colombia”. ¿Cuántos empleos formales se perderán allí? Desatino vergonzoso.

El cierre inminente de la Compañía Colombiana Automotriz, por su parte, apenas ilustra el drama de la industria nacional, que desde César Gaviria agoniza en el altar de una apertura desatada. Agravada por el TLC suscrito con EE. UU., en cuyo primer año bajó 10% nuestra producción industrial y, las exportaciones, 20%. Pero también la agricultura acusará el golpe. La Alianza Pacífico provocará severas pérdidas a 202 productos agropecuarios; la mitad de la producción del sector podría desaparecer. Y no se trata de impedir la inserción de Colombia en la economía mundial; pero tampoco de aceptar asimetrías que sólo benefician a los países más avanzados. Por tecnología y desarrollo, Colombia está en inferioridad de condiciones, no sólo frente a EE.UU., sino frente a México y Chile, sus socios de la hora.

Tres modelos subyacen a las opciones de integración: uno, de economía abierta y libre mercado, que Colombia suscribe. Otro, socialdemocrático, en cabeza de Brasil, Uruguay y el Chile de Bachelet, con proteccionismo, preeminencia económica del Estado y apertura en función del interés nacional. Y un tercero, el llamado Socialismo de Venezuela y Nicaragua, autoritario y, en política económica, palos de ciego. La disyuntiva para Colombia es de hierro: persistir en el camino de la Alianza del Pacífico hasta convertirse en protectorado norteamericano; o bien, retomar la senda de la industrialización, negociar a derechas su participación en la economía global y elevar la productividad del campo mediante reforma agraria. Lo demás es ruido y confeti. Gato por liebre.

Compartir