Al País le llegan por los medios masivos de comunicación y las redes sociales las siguientes imágenes: en un cañaduzal, un joven indígena se acerca a un soldado, forcejea y le pone un machete cerca al cuello. El país entra en cólera, se indigna y rabea. Los políticos de siempre repiten sus viejas calumnias: ¡son terroristas! ¡Son las FARC! ¡Bandidos! Los medios lo repiten. Algunos usuarios de redes sociales, ciudadanos de a pie, algunos vecinos y algunos fantasmas repiten: ¡hijueputas guerrilleros! ¡Mátenlos a todos! ¡Indios asquerosos! ¡Indios terroristas! Ya conocemos esto; no hay nada nuevo bajo el sol. Nos llaman roba tierra, nos llaman perezosos, nos llaman enemigos del desarrollo. Esto no nos sorprende viniendo de los políticos tradicionales, de los medios que son propiedad de los hombres más ricos del país, de la clase dominante que vive a costa del despojo. En cambio, ver a los vecinos, los pobres, los trabajadores, nuestros hermanos, reproducir el mensaje de odio, repitiendo las mismas palabras de los dueños del país, nos llena de tristeza y preocupación.

Nos preguntamos con dolor porqué nadie se ha atrevido a cuestionar la presencia del ejército en territorios de paz; porqué piden a gritos que la fuerza pública nos pueda disparar sin consecuencias. Porqué nadie se pregunta qué pasó antes y después de las imágenes que vieron sin ningún contexto. Todo parece coincidir con la idea que los señores de la muerte históricamente han querido instalar en la mente y en el corazón de la sociedad: que el país solo descansará con nuestro exterminio. Pero nos negamos a creer que el odio irracional se ha apoderado de los sectores vulnerables del pueblo colombiano. No podemos admitir que los poderosos manipulen conciencias como mercancías. Hoy nos dirigimos al país para recordarle que nuestra apuesta siempre ha sido construir una sociedad más justa, pero precisamente por esto nos siguen asesinando.

Nos sorprende con qué facilidad se olvidan las agresiones que hemos sufrido, la persecución, los asesinatos, las masacres, los señalamientos, el despojo, los acuerdos. Se nos manda a callar con gases, con bombas y con fusiles cuando alzamos la voz y con justa rabia recordamos nuestros muertos La misma clase política que apoyó el para-militarismo, que pagó asesinos a sueldo y que planeó masacres como las de El Nilo, El Naya, San Pedro y Gualanday, hoy posa de víctima y se enfurece cuando reclamamos lo que es nuestro. No les es suficiente la riqueza de la que ya se adueñaron con el derramamiento de nuestra sangre, ahora vienen por más.

Nuestra Liberación de la Madre Tierra es la respuesta natural ante los horrores del proyecto de muerte, ese que algunos han querido llamar seguridad democrática y otros locomotoras del desarrollo. El acto de liberar a Uma Kiwe del yugo de la agro-industria predadora de la caña y sembrar comida para la vida, es la manifestación más concreta de nuestro pensamiento. Ahora, en un mundo en que todo es susceptible de convertirse en mercancía, nos quieren matar por sembrar comida. Por eso nuestro enemigo es este modelo de vida depredador, que pretende arrinconarnos y matarnos lentamente de hambre.

Entendemos que todo el despliegue mediático, el incumplimiento de los acuerdos, la negación de nuestra existencia y la manipulación de la conciencia colectiva de los colombianos en contra de los pueblos indígenas, hace parte de los intentos desesperados de la clase dominante por atacar nuestra lucha imparable, que es la lucha por la vida, la lucha contra la muerte. Por eso hoy nos dirigimos al pueblo colombiano y a los sectores de la sociedad que luchan, resisten y se esfuerzan por construir la dignidad de los pueblos, para asegurarles que la Liberación, como mandato comunitario y espiritual, continúa en todos los lugares donde la Madre Tierra está siendo sofocada y esclavizada. Es nuestro compromiso que heredamos de nuestros mayores y con alegría enseñamos a nuestros hijos.

ASOCIACION DE CABILDOS INDIGENAS DEL NORTE DEL CAUCA-ACIN ÇXHAB WALA KIWE (Territorio del gran pueblo)

12 de enero de 2018

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