La huerta tul para una lucha sin treguas

Desde hace más de 20 años que doña Marta y don Augusto habitan su vivienda ubicada en el sector El Boquerón de la vereda La Palma, desde que llegaron ahí, doña Marta empezó a sembrar todo tipo de frutas y hortalizas para su propio consumo; así han vivido todos estos años, alimentándose de lo que nace en la tierra y en estos tiempos, resaltan la importancia de esta práctica independientemente de las situaciones que se presenten.

En la parcela de esta familia crecen granadillas, tomates de árbol, papa sisa, cebolla, repollo, caña, pera, ají, durazno, tomate cherry, chachafruto, limón mandarino, limón lima, café, lulo, mora, manzana, piña cilantro, yuca, arracacha, todo tipo de plantas medicinales y la caña para sacar panela o chicha; crían pollos, marranos, ovejos, gatos, caballos, perros y viven tranquilos con el viento que sopla suavemente y la lluvia que constantemente cae.

Don Augusto enciende la radio, ahí se especula sobre el coronavirus y la situación por la que están pasando los comuneros que viven en las ciudades capitales; entre esos comuneros se encuentran sus hijos, que fueron hacia la ciudad hace muchísimos años a buscar oportunidades. Entre tanto se sientan los dos a divisar su casa, sus árboles, los animales y comentan:

-Aquí al menos tenemos la comidita sembrada; ha de ser muy verraco estar en la ciudad… (piensan en sus hijos)

Mientras tanto, Jhony, uno de los hijos menores, se va a arrancar las yucas para el almuerzo, baja unos 20 metros con la jigra y el barretón, busca una buena planta:

-Esta es, esta está buena.

Arranca todas las yucas, las acomoda en la jigra azul que su mamá tejió y agrega:

-De una vez hay que dejar sembrando la otra pa’ tener yuca todo el año.

Jhony sube a dejar las yucas en la cocina y en el camino encuentra algunas ramas de cilantro y limón para acompañar el sancocho. En la cocina se encuentran ya doña Marta y su comadre Teresa, la olla está lista, el almuerzo no tardará.

Cerca del cafetal, aparece Carolina, la nieta de la pareja que lleva más de 47 años casados; en sus manos lleva unas cuantas granadillas, las deja en la cocina y corre a lavarse las manos. Mientras saca agua del tanque comenta con emoción:

-Hay mucha granadilla, están bien dulcesitas aunque están muy altas.

Carolina tiene 10 años, no va a la escuela porque las clases las suspendieron como medida de prevención, pero todos los días, continúa aprendiendo en el tul junto a su familia, se informa sobre los cuidados de este virus escuchando las emisoras locales y viendo el noticiero; sabe que debe lavar sus manos constantemente y proteger también a sus abuelos; ella vive feliz, le gusta alimentar a los ovejos y montar a caballo por las tardes.

El almuerzo está servido en la mesa: un delicioso sancocho de gallina con yuca, papa, frijol, plátano, limón, cilantro y el infaltable ají espera humeante. La familia se sienta a degustar la comida, de fondo en el noticiero se habla de lo mismo: cifras y cifras que aumentan exponencialmente en todo el mundo; comentan sobre el tema, pero rápidamente deciden que es mejor no dejarse influenciar por tanta “cosa mala”, saben que en Bogotá sus familiares se encuentran bien.

Después de reposar un rato, don Augusto y su hijo van a cortar caña para sacar panela. Tiene un cultivo grande, pues de ahí sale la panela para el gasto de la casa, unas cuantas pomas de chicha y chirrincho. Con paciencia corta unas 20 mientras su hijo le ayuda a subirlas y su nieta va a la manga por el caballo para moler en el trapiche. Mientras le quita las hojas con el machete, explica:

-Solo se sacan las que ya están jechas, ahí mismo nace la otra, por eso aquí siempre hay caña.

Su compadre Aníbal llega para ayudarle a moler, sacan 2 pomas de guarapo que después hierven, se vuelve melcocha y se vierte en los moldes de madera en forma de cuadros. Mientras muelen toman chicha. Bajo el sol abrasador hablan de la vida, de la situación, de tanta cosa que está pasando.

Entre la conversa, don Augusto recuerda cuando en 1983 fue elegido como autoridad y delegado de la zona Tierradentro ante el CRIC y caminó en el proceso de recuperación del resguardo de Cuetando hasta 1990, más o menos; recuerda también que su esposa fue comisaria en el 92, cuando su hija menor estaba apenas de brazos, era una gran responsabilidad hacerse cargo de las labores del hogar y del cabildo, pero lo hizo de la mejor manera; siempre cuidaba de los niños, de casa y de los cultivos.

Gracias a Dios nunca nos ha hecho falta nada -agradece esbozando una sonrisa.

Su nieta lo escucha y con gran curiosidad pregunta:

Abuelo y ¿usted de qué religión es?

 Con una gran sonrisa y después de beber un sorbito de chicha responde:

Yo soy nativo, contento y parrandero.

Todos ríen a carcajadas al oír sus palabras.

Habiendo molido la caña, la tarde cae, los últimos rayos del sol iluminan la casa; las nubes se pintan de rojo y lanzan destellos dorados en el horizonte; todos están sentados afuera pensando pues el siguiente día también es trabajo, el campo no para y, para terminar el día de la mejor manera y seguir alejando esos malos vientos que puede traer la peste, el abuelo saca su guitarra y entona una cancioncita bonita; es un gran músico, de esos que tocan tiple, bandola y guitarra bien sabroso, al mejor estilo de unos tiempos mejores.

Antes de irse a dormir, el compadre César pasa por la casa y les ofrece semilla de plátano y arracacha:

Mañana a las 7 pasa Jhony por la semilla, toca sembrar bastante, quien sabe esto hasta cuándo va a durar- le responde doña Marta.

Así pasan los días en el resguardo de Cohetando: sembrando, colgando frijol, cosechando, moliendo, compartiendo historias. Algo así es la cuarentena en el campo.

Por: Karina Gúgu, mujer Nasa de Tierradentro.

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