En el marco del primer Festival de Cine de Nueva Zelanda en Colombia, que se presentó en la Cinemateca Distrital, se encontraron en un conversatorio el director arhuaco Amado Villafaña y el director neozelandés Christopher Pryor, para abordar las temáticas de representación y colaboración en el cine con los indígenas.

Alguna vez, años antes de la Revolución, Vladimir Ilich Uliánov (Lenin), escribió en alguna carta o en algún diario –hoy amarillos-, con una tinta que se difundía en el papel a medida que su mano no dejaba de manipular el lapicero, que “La experiencia de la guerra, como la experiencia de todas las crisis de la historia, de todas las calamidades y de todos los puntos de inflexión en la vida de un hombre, turba el entendimiento y quebranta el espíritu de algunos, pero a otros los ilumina y los atempera”.

Eso le ocurrió a varios tayrona. Corría el año 2002. Parecía que la noche y el día se disolvían en un matiz tan brillante que llenaba de nebulosidad la sensatez y acongojaba la rapidez del ritmo cardíaco. El miedo llegaba al corazón desde un canal auditivo amenazado por la muerte. Se enfrentaban el ejército y la guerrilla del ELN, próximos a la Sierra Nevada de Santa Marta, al territorio sagrado de los tayrona (las tribus de los kogui, wiwa, kankuamo y arhuaco), quienes sintieron, afuera, el estallido de la violencia y la amenaza de la misma.

Aún no es muy claro, por qué, algunos días posteriores a la fatalidad, militantes del ELN amenazaron al Mamo Amado Villafaña Chaparro (arhuaco). Entonces, para agosto de ese año, tomó sus cosas y se encaminó hacia Santa Marta: una víctima más, un desplazado más de la violencia.

Se le vio frente a una cámara, y mientras esta focalizaba la unicidad vertical de los dedos de su mano derecha paseando frente y detrás de la unicidad de los dedos de su otra mano, o viceversa, y luego focalizaba las plantas de sus pies descalzos (él sentado en la tierra), acompañadas por sus manos que acariciaban sus pantorrillas,  decía que a través de la visibilidad se le busca un piso jurídico a la  protección del territorio, en especial de la Sierra Nevada: “reconocemos a la naturaleza como ser viviente, como nuestra Madre. Los únicos que no lo reconocen son los hermanitos menores: los blancos (…). El comunicador indígena no debe de imitar a los blancos o tratar de entrar a esos sentimientos que ellos usan, identifican, o nombran, como ‘artista’, como ‘fibra artística’ o ‘poética’. No. Nosotros no somos eso. Nosotros (…) luchamos es para la permanencia de la Cultura con su Territorio. Entonces, me da mucho miedo de la juventud, cuando se inclina a las cámaras, que no tenga esa formación. El fotógrafo indígena debe ser un líder, una persona depositaria de ese conocimiento ancestral, porque es lo que va a compartir (…). Los profesores para los documentales deben de ser nuestras autoridades tradicionales, nuestros Mamos o chamanes, y no los técnicos de afuera. Hay una necesidad de contar hacia afuera, porque el desarrollo para los blancos es la destrucción del territorio, por ejemplo: la represa de un río, la destrucción de una montaña que contenga algún mineral, son sitios sagrados, ¿no? Pero si nosotros no explicamos el significado, lo sagrado que es, va a ser muy difícil defenderlo, entonces, eso hay que compartirlo: por qué nosotros nos oponemos a una destrucción que ellos llaman desarrollo.

Pero hay otras cosas muy internas, muy muy internas, que son contenidos ya en detalle. Por ejemplo: cómo se recibe el conocimiento para el manejo (…) de la enfermedad, de los problemas del verano, de la lluvia; esas son cosas internas que nosotros debemos, de alguna manera, grabarlas, registrarlas, para que queden como (…) archivo del pueblo y también se puedan conservar, de alguna manera”.

Amado Villafaña es comunicador, fotógrafo y cineasta. Comenzó su labor en el 2005, enfocado en la protección de la Sierra Nevada, su territorio sagrado, ese macizo montañoso que alberga una gran cantidad de características poco igualables: 383.000 hectáreas, los dos picos más altos de Colombia -Colón y Bolívar- de 5.775 metros de altura, en donde nacen (aproximadamente) 30 cuencas hidrográficas, y hay 1800 especies de plantas con flores, y ni hablar de fauna… En donde se representa en gran magnitud la diversidad de los ecosistemas de la “América Tropical”.

Villafaña ha realizado documentales y exposiciones fotográficas, en los que, como dice la anterior cita, busca visibilizar la importancia de la Sierra Nevada para protegerla de lo que los Hermanitos Menores llamamos “desarrollo”, y para preservar, de alguna manera a través de la imagen, la tradición cultural de los tayrona para sí mismos: es una muestra, una creación, un hacer para el interior, que otorga confort social, cultural y espiritual.

Algunos de sus documentales son “Naboba” (nombre de la Laguna Sagrada de la Sierra Nevada de Santa Marta), “Resistencia a la Línea Negra” (la Línea Negra es la delimitación, reconocida por el Estado, de las áreas protegidas de los indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta), “Palabras mayores”, “Nabusimake, memoria de una independencia”, y “Palabras de Mamos”. Lo han apoyado el Ministerio de Cultura, diferentes fundaciones e instituciones, y ha expuesto sus fotografías en museos del Banco de la República, entre otros lugares.

Aunque bien es sabido, también existe un diálogo entre los no indígenas que hacen cine sobre los indígenas y los indígenas mismos. Quizás, sin caer en innecesarias lagarterías, la Academia es uno de los pocos espacios que da lugar a la confrontación y el debate de distintos emblemas.

El lunes 4 de septiembre, en el marco del primer Festival de Cine de Nueva Zelanda en Colombia (del 1 al 7 de septiembre en la Cinemateca Distrital), se presentó el Conversatorio “Caminos y Protocolos – Colaborando con Comunidades Indígenas en Proyectos Fílmicos”, en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Los invitados fueron Amado Villafaña y el director neozelandés Christopher Pryor.

Pryor expuso un punto de vista generalmente no percibido sobre el cine y la correalización con los indígenas: la búsqueda del taponamiento de la brecha entre el mundo del cine y el negocio del cine. Aunque en Nueva Zelanda hay una comisión de cine que financia las películas nacionales, los directores deben buscar otras entidades o fondos de financiación que complementen la inversión en la película; sin embargo, encontrar dicha entidad no es fácil puesto que, por un lado, debe demostrársele una garantía de retribución económica cuando la película sea lanzada al mercado, algo difícil en comparación con el cine comercial; y por el otro lado, el trabajo con los indígenas requiere más tiempo que la realización de cualquier otro documental, por lo que la financiación debe ser mayor.

Ese tiempo, cuenta Pryor, es mínimo de un año antes de comenzar a grabar. Es un año en el que se comienzan a tener acercamientos con los indígenas, un espacio para aprender y tener la mente abierta activamente, es el tiempo necesario para entender las intenciones que tienen los neozelandeses y los indígenas para con el documental, es un proceso formativo basado en el respeto y la confianza: “este tipo de películas no tienen un guion”.

Pryor y Villafaña coinciden en que el cine reivindica el derecho de los indígenas sobre su imagen y su representación, así como en la dificultad de encontrar una financiación, que nunca es segura. No obstante, dice Villafaña, cuando es para la protección de la cultura, 15 años y 500 horas de grabación valen la pena.

  • Amado Villafaña Christopher Pryor Cine

    Fuente: El Espectador

Compartir