Autorizada por el Gobierno, el Cerrejón, la mina de carbón a cielo abierto más grande del mundo, avanza en el proceso para aumentar su área de explotación. Indígenas ya están resignados.

En Tamaquito II, un asentamiento de los indígenas wayúus en La Guajira, la mayor parte de los habitantes tienen su ombligo enterrado. Cuando nacieron, sus familias, como parte de un ritual ancestral de conexión con su territorio, cavaron un hueco cerca de su Pichi (un lugar de refugio, casa para el occidental) en un sitio reconocido para no olvidar de dónde vienen y de dónde son.

Ahí están sus cerca de 150 ombligos. El último en ser enterrado es el del hijo de Sandra Paola Bravo Epieyuu, una joven de 17 años que hace dos meses tuvo con su compañero Geovanni Camilo Fuentes. Sus ombligos nunca se desentierran y en cambio esperan por acumularse cada vez que llega un nuevo miembro a la familia. Sin embargo, aunque hay dos mujeres embarazadas en el asentamiento, no saben dónde enterrar los ombligos, porque Tamaquito II será trasladado.

Cuando en 1965 llegó por primera vez don José Alfonso Epieyuu, nunca pensó que su sitio ancestral, el cual fundó, en algún momento corriera riesgos. Vino de la Alta Guajira, por Lagunita, anduvo por varios sitios, pasó luego al Descanso, estuvo cerca de la Serranía de Perijá, nunca cercó ni tuvo en cuenta los límites, porque su idea era que la tierra es para quien la trabaja y la necesita. A los wayúus todo el territorio les pertenecía, se quedaban donde querían.

La Guajira fue un solo territorio para el pueblo originario. Sin embargo, las multinacionales han venido apoderándose de miles de hectáreas para sacar los minerales que tienen sus tierras. El Cerrejón, la multinacional explotadora de carbón, en su proyecto de expansión, pretende ampliar su área de exploración. La locomotora minera anda prendida y a mucho vapor, con 32,3 millones de toneladas vendidas en 2011, y se dice que quiere llegar a exportar 500 millones de toneladas. Don José Alfonso no duerme tranquilo, su comunidad está en peligro.

Tamaquito II se encuentra a una hora en mula de Venezuela, tres horas a pie. El camino ya desdibujado y apoderado por la multinacional, los ha cercado, por ahí ya no pueden transitar, toca ir hasta Maicao si quisieran pasar al otro país, donde también viven muchos de sus hermanos de la familia wayúu y a donde buscaban fuentes de ingreso.

En Tamaquito II viven 195 personas de 32 familias, cada una de ellas antes tenía muy bien definida una ocupación. Ahora viven al límite de ser exiliados de su lugar ancestral, el mismo donde además de tener enterrado el ombligo, guardan sus recuerdos, dialogan con sus espíritus, realizan sus prácticas y rituales como comunidad originaria.

Los wayúus son la principal fuerza indígena en Colombia, con cerca de 400 mil integrantes. En La Guajira viven la mayor parte de ellos.

La fuerza pública estuvo campando muchas veces cerca de su asentamiento y ellos los dejaban, pero además de ponerlos en peligro, escuchaban sus reuniones y asambleas, según denuncias de los indígenas en momentos en que el presidente Juan Manuel Santos ejercía como ministro de Defensa.

Además, las mujeres no podían ir a bañarse en el río por temor o porque eran espiadas, ni sus habitantes hacer con tranquilidad sus necesidades fisiológicas. Fue así como tuvieron —más por obligación— la disposición de usar sus flechas, no para tirarlas, sino para decirles que si volvían a espiarlos estarían dispuestos a enfrentarlos: “Sabemos que el batallón Gustavo Matamoros que está aquí cuida el territorio, pero están es protegiendo más los intereses de la empresa”, afirma el gobernador. Luego hicieron otra denuncia este año, por invasión de su territorio, y acordaron que la fuerza pública debe estar a más de 2 ó 3 kilómetros de distancia de su predio.

Tienen una Guardia Indígena, los mayores cargan el bastón como símbolo de respeto, y los jóvenes y adultos el arco y las flechas; los miembros de la Guardia son como una especie de custodios, se ubican en los árboles, mimetizados, y también cuidan de sus plantas ancestrales y los animales —ya que han disminuido mucho—. Dicen que su principal enemigo, así lo llaman, es la multinacional Cerrejón.

“Tamaquito II es una belleza natural donde “se respira aire puro”, dice el gobernador, y gozan de unas vertientes de arroyos, entre ellas una que denominan la fuente de la espiritualidad, todas contaminadas por la mina que explota el Cerrejón, reconocida como la mina a cielo abierto de carbón más grande del mundo.

Los nativos dicen que las continuas explosiones para extraer el mineral han ahuyentado a los monos aulladores, a ciertas manadas, como también a una variedad de palomas como la chilora y animales como leones, tigres, conejos, ñeques y saínos.

Por el asentamiento, que tiene 10 hectáreas de extensión, se ven pasar unos pocos chivos, cerdos y algunas gallinas. Los indígenas cultivan la yuca, el maíz, patilla, el frijol guajiro, el filo, la malanga, el ñame. Los jóvenes cargan su arco y sus flechas. Le pregunto a uno para qué los quiere usar y dice: “para jugar”… eso espera.

La contaminación también les ha ocasionado daños en la piel, dolores de cabeza frecuentes, infecciones respiratorias y digestivas, afectaciones sufridas también por los animales. Los chivos ahora se reproducen menos.

Cerrejón creó el proyecto de traslado de Tamaquito II (ver cronología), un lugar que los nativos no quisieran abandonar por el alto valor simbólico que para ellos representa. Ya resignados, los indígenas piden que este lugar de 10 hectáreas se conserve como un sitio sagrado, sin intervención, sin daño a su camino de los espíritus, a toda la simbolización y tradición que desde 1965 han consagrado.

Además, solicitaron que su nuevo hogar tenga 500 hectáreas y en respuesta les asignaron 300.

La multinacional dice en los documentos de reubicación que “las comunidades wayúus no tienen tradición territorial y mucho menos referentes simbólicos, míticos y culturales que los aten a esta tierra”, y su comentario es porque suelen afirmar que no hay tradición wayúu en el municipio de Barrancas. De ahí la justificación de su traslado. Cuatro comunidades más, como Roche, Patilla, Las Casitas y Chancleta, también están incluidas en ese proceso de traslado.

Por ahora está el acuerdo de las tierras y las nuevas viviendas. “En el otro lugar los espíritus no nos conocen y los de acá no se pueden llevar”, dice un nativo con tono de pesar. También se perderá la conexión con su territorio debido a que tampoco podrán trastear los 150 ombligos que están enterrados.

Por: John Hárold Giraldo H. / Especial para El Espectador /
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