En su primer artículo de 2016, el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, analiza las consecuencias del dominio de la oligarquía del dinero en el sistema político de su país. Bajo el título “Privilegios, patología y poder” (The New York Times, 1 de enero de 2015), sostiene que “los ricos son, en promedio, menos propensos a mostrar empatía, a respetar las normas y leyes, incluso más propensos a ser infieles, que los que ocupan los peldaños más bajos de la escala económica”.

No se trata sólo de una condición social y cultural, menos aún de una tendencia espiritual, toda vez que centra su análisis en la respuesta de una pregunta clave: “¿Qué le pasa a una nación que otorga cada vez mayor poder político a los súper ricos?”.

La respuesta viene perlada de ejemplos. La mitad de las contribuciones a todos los candidatos en la primera parte de la campaña electoral para 2016, proceden de menos de 200 familias adineradas. Ese tipo de familias tienen hijos cuyo comportamiento Krguman califica de “ególatras malcriados”, cuyo mejor ejemplo es el candidato que marcha al frente del bando republicado, Donald Trump. En su opinión, habría sido  “un fanfarrón y un matón” en cualquier lugar que ocupe, porque “sus miles de millones le permiten evadir los controles que impiden a la mayoría de las personas liberar sus tendencias narcisistas”.

Otro ejemplo: Sheldon Adelson, es un magnate de los juegos de azar de Las Vegas, acusado de vínculos con el crimen organizado y el negocio de la prostitución. Para bloquear su juicio, compró el periódico más grande de Nevada, desplazó la versión impresa, puso a los periodistas empezar a monitorear toda la actividad de los tres jueces de la corte encargados de su juicio y comenzó a difundir informes negativos sobre los jueces. El multimillonario Adelson comenzó a jugar un papel importante en la interna republicana desde su bastión de Las Vegas, que utiliza como plataforma electoral.

Krugman habla de que una oligarquía se apoderó de la política. Puede decirse que esta constatación no es novedosa y que son unos cuantos los analistas que coinciden en esa apreciación. Paul Craig Roberts, ex secretario adjunto del Tesoro bajo el gobierno de Ronald Reagan, sostiene que el colapso de la Unión Soviética en 1991 provocó una explosión de arrogancia en las elites estadounidenses que llevó a los neoconservadores al control de la política exterior e interior del país. La derogación de la regulación financiera, en lo interno, y la tendencia a llevar al mundo hacia la guerra nuclear, en el plano internacional, son algunas de las consecuencias más nefastas de este viraje sistémico.

Para los movimientos populares, el problema no consiste sólo en constatar que allá arriba han perdido el rumbo, que ya no tienen ni contacto con la sociedad ni el menor interés en que esa sociedad sobreviva. Sólo les interesa el dinero, la acumulación sin fin de riquezas, aun al precio de la destrucción de la vida. El problema nuestro es qué hacer con el sistema electoral que se ha convertido en la única liturgia realmente existente del sistema político. Aunque las mayorías saben que las elecciones están trucadas, que el fraude es sistemático (antes, durante y después de la emisión del voto), que aunque consigan elegir al menos malo (si es que existe) nada de fondo va a cambiar, son muchos los abajos que aún creen que es el mejor camino para superar la situación actual.

Creo que el reciente comunicado del EZLN, del 1 de enero, nos da algunas pistas sobre cómo salir de esta encerrona a la que nos lleva la cultura política hegemónica. El texto leído por el subcomandante Moisés en Oventic, destaca que el nivel de vida de las comunidades zapatistas es muy superior al que tenían 22 años atrás, cuando comenzó la rebelión abierta, y mejor que el de las comunidades afines al gobierno. “El venderse al mal gobierno no sólo no resolvió sus necesidades, sino que sumó más horrores. Donde antes había hambre y pobreza hoy las sigue habiendo, pero además hay desesperanza”.

Mientras los partidistas se han convertido “en grupos de limosneros que no trabajan, sólo esperan el siguiente programa gubernamental de ayuda”, a los zapatistas ya no se los conoce sólo por usar paliacate sino porque saben trabajar la tierra y cuidar su cultura, porque estudian y respetan a las mujeres, por su dignidad. Los zapatistas tienen “la mirada en alto y limpia”, consideran el gobierno autónomo como un servicio y se mandan en colectivo.

Los zapatistas no esperan que las soluciones vengan de arriba; durante 22 años, dice el comunicado, “seguimos construyendo otra forma de vida” que incluye el autogobierno. Creo que aquí está la clave. Hasta los más renombrados miembros del sistema, como Krugman, reconocen que allá arriba está todo podrido. Eso lo sabemos y está bien recordarlo.

Pero aún nos falta construir esa otra forma de vida; ser capaces de gobernarnos por nosotros mismos. Aún nos falta, sobre todo, creer que somos capaces de hacerlo y, por lo tanto, comenzar a hacerlo. La nueva cultura política no saldrá de los libros ni de las declaraciones: surge del trabajo colectivo, con otros y otras.

http://desinformemonos.org.mx/los-movimientos-ante-el-fin-de-las-democracias/

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