“No se hagan afuera, mejor siéntense acá en el alto…», nos recibió mi amigo al llegar a su casa. Llevé mi hija de Holanda a conocer el paraíso que era mi tierra, donde de niños jugábamos hasta altas horas de la noche sin miedo, con la puerta de par en par, y nadie cuidaba, nadie vigilaba, y nada pasaba.

Por: Don Popo

Motivé a mi hija a ir a explorar el barrio, pero… “No lleve ese celular, vaya sólo hasta esa esquina y se devuelve, y no se vaya por detrás”. “¡Acompáñala!”, pidió a su hija, tras impartir las recomendaciones mi amigo. Y continuó: “…podemos verlas por aquí”, y me mostró el televisor donde se veía la casa por dentro y por fuera, y sus alrededores. “Son cámaras high definition”, me chicaneó.

–Compa, ¿tan peligroso está esto? Una pregunta retórica que hice para revalidar mi preocupación e iniciar una conversación. Cada vez que llego a Quibdó, el tema del taxista es la inseguridad agobiante, la delincuencia, los robos, las armas, los asesinatos y la impunidad: “Un pelaíto como de 16 años, con arma, detiene la gente a pleno sol y la baja de su moto. Ya ha matado como a 7. ¿Cómo es posible que la Policía lo coge y a los días ya anda suelto otra vez?”. Las mismas historias escucho cada vez de diferentes bocas…

“Por eso es que cuando las niñas están jugando afuera, él se sienta a cuidarlas, con la pistola en las piernas”, me respondió su esposa.

–¿Que qué?, exclamé, acusando con las cejas. –¿Pero no es peor? Si ellos vienen a robarlos y ven que usted está armado, la primera vez lo pasan, pero la próxima también vendrán armados, y a la fija a darle. Yo sé que usted no se va a dejar, pero si se arma una balacera, y las niñas ahí… lo mejor es dejarse robar… ¡la violencia sólo trae más violencia! Le di toda la teoría romántica del que ve los toros desde la barrera.

“Pero, amiguito, digamos que uno se deja robar una vez, por eso que usted dice, y le ven la debilidad. ¡Después vendrán es por todo!, y a uno le ha tocado muy duro para que esos sinvergüencitas, sin necesidad, nos hagan daño. Se la pasan extorsionando a todo el que quiere construir su casa o que tiene una tienda”, me respondió, y continuó: “Menos mal ya llegó un grupo de limpieza aquí a Quibdó, dicen que vienen de barrio en barrio, estoy rogando que llegue al mío, pa ver si puedo descansar…”.

Esas palabras me aterran, pues a mis 11 años de edad me llevaron la noticia de que mi padre fue asesinado en una “limpieza social”. Pero mientras preparaba mi arremetida, reflexionaba sobre las causas: el Chocó es un sancocho delicioso para los grupos delincuenciales, al margen y dentro de la ley, y Quibdó como capital receptora, de ubicación estratégica: atravesada por el río Atrato que en ocho horas desemboca en Golfo de Urabá; a dos horas en carro está Istmina con el rio San Juan, que desemboca en Buenaventura; desde Istmina también se llega a Nóvita, que a dos horas de trocha conecta con Cartago; a una hora de Quibdó en carro se llega a La Ye, que está a cuatro horas de Pereira y a dos por trocha de Nuquí, océano Pacífico; un corredor de todo: drogas, armas, madera, oro, plata y etc. Por eso el conflicto aún no ha cesado en esta región (un referente para neófitos es la masacre de Bojayá) y los procesos de desvinculación informal que dejaron a muchos jóvenes desubicados; y los muchos niños víctimas del desplazamiento forzado que crecieron hacinados en el coliseo de Quibdó, desarraigados y resentidos… una bomba de tiempo. Y sólo subrayé:

–¡La violencia solo atrae más violencia!… La solución no está en matarlos… esos pelados necesitan son oportunidades y algo que los inspire, que los motive a querer vivir más largo y creer que es posible un futuro con tranquilidad económica fuera del crimen, a confiar que dentro del sistema, con educación, encontrarán el éxito. Por eso la solución es el fin del conflicto armado, con una nueva clase política, sin corrupción, con mayor inversión en lo social, educación, arte, cultura, empleo…

Mientras poseído por Narciso me escuchaba, y me creía portador de la solución, mi amigo cerró la discusión: “¡Ve, manito, eso será en Holanda, no acá!”.

Tomado de elespectador.com

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